Tlaskamati

domingo, 13 de marzo de 2011

Tres cuentos... y la palabra amordazada

Orlando Monsalve

Las costumbres de los ríos

Cuando los ríos dicen, prefiero callar y no hacerles caso. Los ríos saben todas las historias de los hombres, pero no conocen su propia historia. Los ríos andan hacia adelante, siempre, caminan, corren, vuelan, van a marcha lenta, a galope, pero sin volver la vista atrás; son testigos los peces, las rocas y los hombres que lo olvidan todo. Cuando han de llegar a la desembocadura, cuando han de rendir cuentas con el brazo oscuro del mar, nada queda de ese golpe dulce y salado, nada revive de esa unión tan esperada. Porque el río nada trae; todo lo olvida; su velo es la tela del mañana; sus profundidades ocultan muertos que nunca vivieron; siempre cambia; su piel es la escama que se transforma; el susurro que saben cantar es el de no recuerdo. No confiemos en los ríos ni en los hombres que saben hablar con ellos

El ruido apacible

Fue y se acostó. El ruido del techo, como garras rasgando el metal, no le dejó dormir. Preguntó quién andaba allí, una voz le respondió:

–Son los gallos que caminan sobre el techo.

A la noche siguiente el ruido se tornó más profundo. Volvió a hacer la pregunta y la misma voz le dijo:

–Es el hombre que sesga la maleza de tu techo.

A la tercera noche lo acompañó un ruido tenue que flotaba como una hoja. No alcanzó a preguntar, la voz le dijo:

–Son las mujeres que lloran tu muerte.

El mito del castillo Vajdahunyad

Uno de los reyes Béla había dejado un mapa donde se marcaba el sitio exacto de su tesoro. Los buscadores, con gran avaricia, encontraron en el lugar una enorme piedra; tuvieron que destruirla con gran esfuerzo. Un gran cajón estaba debajo de ella, para alegría de los curiosos. Adentro había un hombre con una barba muy larga, ya despierto por los gritos de júbilo con que brindaban los buscadores. El hombre les prometió decirles el lugar del tesoro si construían una casa para él, ellos obedecieron, y con gran esfuerzo lograron levantar un castillo sobre el mismo sitio de la piedra. Para cuando lo terminaron, el hombre se había convertido en una estatua y sobre su pecho había una inscripción que decía: “no es mejor tesoro aquél que se encuentra construyendo?”

John Berger

(de Páginas de la herida)

I

Garganta abajo
Se precipitan
La gente y la sangre

en los helechos
inalcanzable
aullaba un perro

una cabeza entre labios
abrió
la boca del mundo

sus pechos
como palomas
se le posan en las costillas

su hijo mama el largo
hilo blanco
de las palabras

II

La lengua
es la primera hoja de la columna vertebral
bosques de lenguaje la rodean

como un topo
la lengua
abre madrigueras en la tierra del habla

como un pájaro
la lengua
vuela en arcos de palabra escrita.

La lengua está amordazada y sola en la boca.

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