Carlos Pellicer en Italia, 1928 Foto: Samuel Ramos |
La amistad entre Carlos y Juan todavía se pasea por nuestros recuerdos más profundos. Se pasea y nos ilumina como un ejemplo singular.
Carlos nació en San Juan Bautista –hoy Villahermosa– en 1897, primogénito de don Carlos Pellicer Marchena y doña Deifilia Cámara Ramos. Ernesto, el segundo hijo del matrimonio, sólo vivió hasta los siete años, murió en 1905. Tres años más tarde, la pequeña familia se mudó a Ciudad de México y aquí nació, en 1910, el último hijo: Juan José. Juan (nunca utilizó el segundo nombre) nació el 2 de junio en el mero centro, en el edificio contiguo al Sagrario Metropolitano, el número 1 de la calle del Seminario.
Carlos vio a su hermanito, trece años menor, como un hijo en más de un sentido. No sólo sentía la responsabilidad de guiar sus estudios, sino que tuvo la responsabilidad de su alimentación cuando el teniente coronel Pellicer ingresó en las filas del Ejército Constitucionalista, en 1913, y doña Deifilia buscó refugio por Veracruz, Tabasco y Campeche, mi tío trabajaba para comprar la leche de Juan. Cuando la familia se reunió, dos años más tarde, en Ciudad de México nuevamente, Carlos terminó sus estudios primarios y Juan empezó los suyos.
A finales de 1918 Carlos hizo el primero de tantos viajes rumbo a Bogotá, como representante de los estudiantes mexicanos. Su estancia animó y deslumbró a los estudiantes colombianos y, al fin del siguiente año, se formó la primera federación de estudiantes en el país hermano.
Al cumplir un año de su partida, el joven poeta escribe una carta a sus padres donde trata de ordenar sus emociones y hace un balance de sus logros en la primera “práctica de vuelo”, sólo e independiente. A sus veintidós años ha conseguido el reconocimiento no sólo de sus compañeros, sino de la cerrada sociedad bogotana, incluido el arzobispo y el mismo presidente, Marco Fidel Suárez.
No hay espacio para copiar aquí la carta completa, pero sí el fragmento final, dedicado a su querido hermano de apenas nueve años. Sobra cualquier comentario.
Hermano lindo:
Me hacen mucha falta tus caricias. Cada día te quiero más. Cuando yo regrese jugaremos mucho con los juguetes que yo te compré. Sé muy bueno con mamacita y con papacito; lo mismo que con todo el mundo, menos con los yankis a los cuales debes odiar con todo tu corazón. Ya ves qué malos son con nosotros. Yo he sufrido mucho con todas las infamias que han tenido para nuestra Patria.
Pídele mucho a la Virgen de Guadalupe por México. Los yankis son unos ladrones y asesinos. Grita: Muera Wilson!
Hermanito lindo: hoy hace un año que no te beso. Pídele a Dios que no pase otro año sin que yo pueda besar a nuestros adorados padres y a ti que eres tan bueno, tan bonito y tan inteligente.
Beso tu retrato.
Tu hermano:
Carlos.
A su regreso de Colombia y Venezuela conoció a José Vasconcelos con quien viajó de nuevo a Sudamérica en 1922; con el ilustre maestro lo unirán admiración y afecto extraordinarios.
En 1925 volvió a emprender el viaje, esta vez a Europa, donde vivirá cuatro años. Juan quedó estudiando todavía en el Colegio Francés, pero pronto pasó a la Escuela Preparatoria donde el panorama se abriría sobre un sinfín de ventanas.
Por desgracia la correspondencia del poeta a mis abuelos y a mi papá, salvo alguna carta, se perdió irremediablemente. Parece que durante la persecución antivasconcelista, cuando Carlos fue encarcelado y torturado, los abuelos confiaron un paquete con las cartas a unos parientes, vecinos de su casa. Ellos, temerosos de algún registro, quemaron los documentos. Sin embargo, las cartas que recibió mi tío durante su estancia europea regresaron con él y permanecieron guardadas en la casa de Sierra Nevada 724.
La carta que transcribo alude, entre otras cosas, al nuevo libro que planeaba el poeta y que se llamaría Camino, editado, como el anterior, Hora y 20, en París. Para no interrumpir su lectura, las anotaciones aparecen al final del artículo.
México a 5 de julio de 1928.
Al gran poeta
Carlos Pellicer Cámara
en París, Francia.Queridísimo vate:
Cada carta tuya la admiro, la respeto y la quiero. A veces se me figura que cuando tus biógrafos quieran aclarar una duda o confirmar tu alta personalidad en las intimidades que conciernen tus cartas, recurrirán a las que me diriges.
Hermanito: te admiro sin la menor cantidad de fraternidad. Creo que eres un gran poeta y que serás, sin duda alguna, el mejor de los nuestros y tal vez –eres tan joven– un poeta único (no quiero decir que no vaya a haber otro como tú) digo único porque eres ya muy personal y tienes el egoísmo sencillo, noble y magnífico de quien es justo, antes que falsamente humilde. ¿Cómo se va a llamar tu próximo libro? ¿Tienes otros inéditos? ¿No piensas escribir en prosa? Dime en fin, de un modo más claro que hasta ahora, muchas de tus genialidades poéticas.
Hay aquí –no sé si las hayas recibido, si no, dime y te la mando– una antología de poetas mexicanos modernos, de Jorge Cuesta. Estás tú y eres considerado como el mejor paisajista, como el más usual, como el más colorista de nuestros poetas. Sin embargo –qué atrevido soy– creo que nunca te han dicho que eres cálido, que eres a veces muy hondo, lírico en fin.
El libro ese, la Antología tiene algunas cosas buenas, pero faltan poetas “porque con ellos no se pierde ni se gana nada” (sic), como Gómez, Gutiérrez Nájera, González León, Frías, Monterde, etc. Me impacienta también que nadie se atreve a decir nada definitivo de López Velarde. ¿Porqué no dicen que es el más grande de nuestros poetas?
A Salvador Díaz Mirón le hicieron homenajes, ridiculísimos. Puig, Hipólito Seijas y una tropa de majaderos homenajearon (?) al ilustre poeta. Yo creo que se atrevieron a decir cosas tan pésimas porque lo vieron muerto; vivo estoy seguro que no le dicen tales sandeces. La cólera del artista hubiera protestado magnífica y terrible!
La música no la dejaré. No tengas cuidado. Cuando vuelvas lo verás. ¿Que por qué no compongo? Haré el intento. Quién sabe qué saldrá. Ojalá y de veras quisieras aprender música conmigo. Sería yo un hombre ilustre por el discípulo.
Carlitos, Carlitos, tú también eres mi papá. Cada vez te quiero con más admiración. Amigo perfecto para mi vida. Te espero para empezar.
Mamacita está preocupada por haberte dado la noticia del casamiento de Esperanza. Yo no intentaré convencerte de que la olvides. No puedo hacerlo, 18 años que respetan y temen al amor, no lo discuten. Y luego al amor base de la vida. Que seas fuerte, y que el dolor te ennoblezca. Eres poeta irremediablemente y allí está tu solución si la quieres buscar. Espero que le darás tranquilidad a mamacita, que confiando en ti, te dio la noticia.
Es admirable tu amor y lo digo como Lugones:
“Alza conmigo tu sincero canto
Y él te arrobe en perpetua melodía,
Porque fuiste capaz de querer tanto
Y de seguir amando todavía.”Hermanito: yo no puedo ofrecerte más que mi cariño inmenso, grande, y unas apreciaciones ridículas (18 años). Pero manito, mamacita está preocupadísima.
Pasado mañana sin falta te escribo otra carta, donde habrá más chismes, algunos versos quizás y las locuras de tu hermano que te quiere inmensamente y te da su corazón:
Juan.
Los hermanos se encontraron finalmente a fines de 1929. Volvieron a vivir juntos hasta que mi papá se casó, en 1942. En 1935 murió don Carlos y doña Deifilia en 1949. Entonces se vendió la casita azul de Las Lomas y se construyeron, casi enfrente, las nuevas casas para el poeta y para nosotros, puerta con puerta y corazón con corazón. Estas casas se comunicaban por una terraza que nos llevaba a la recámara de mi tío. Así vivimos, íntimamente comunicados, como lo hicieron siempre Carlos y Juan.
No es aquí el espacio para contar lo que fue la vida de Carlos desde su regreso a Europa. Y de Juan sólo diré que se graduó como abogado en la Universidad Nacional en 1936. Su pasión grande fueron los toros, heredada de su tío Pedro Cámara. Escribió crónicas taurinas en periódicos y revistas, además de haber sido juez en la Plaza México de 1950 hasta su muerte. Trabajó en varias entidades relacionadas con el cine, desde el Instituto de Cinematografía y Producciones Grovas, hasta ocupar la dirección de la Compañía Operadora de teatros, cuando fue nacionalizada. Murió muy temprano, a los sesenta años apenas cumplidos.
Para mí está pintado, de cuerpo entero, en el verso de don Antonio Machado. Juan fue “en el buen sentido de la palabra, bueno”.
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