Tlaskamati

jueves, 24 de marzo de 2011

El combate de flores

El combate de flores de ese otoño estaba en todo su esplendor. La gran avenida habíase engalanado como nunca para ser Teatro de la bella fiesta, que no por ser otoñal era menos suntuosa en la ostentación floral de nuestra sempiterna primavera.Había flores para deslumbrar, a una primavera del Norte; las dos alas de edificios de la angosta avenida henchida de carruajes estaban cuajadas de flores desde los frisos hasta los cornisamentos, subían a los arquitrabes, se adherían a los capiteles, empenachaban los frontones, descendían de las crestas en ondas floridas como cabelleras de dríadas flotantes al viento y se prendían en haces, en coronas, bajo las aljabas de banderas fraternalmente unidas.

Los mástiles empavesados con estandartes universales, aparecían también floridos cual si fuesen varas de nardos; y si las flores subían así hasta el azul del cielo, descendían en una lluvia no interrumpida de los balcones, de las lucernas, de las tribunas y las terrazas henchidas de mujeres bellas, pues por un torneo dichoso quisieron decorar solamente mujeres hermosas ese año y ese día la avenida durante la batalla floral; y así la primera fila de todos los balcones era de mujeres jóvenes y bellas, y detrás veíase a los caballeros que las servían, preparándoles y pasándoles constantemente ramilletes y serpentinas, proveyéndolas de paquetes de confetti.

Y en la vía, sobre el asfalto policromizado con una alfombra de pétalos y papel picado, los carruajes enguirnaldados, blasonados de flores reales, de las flores imperiales de nuestros vergeles edénicos, eran búcaros de flores vivas, de flores de carne, de mujeres hechiceras y primorosamente ataviadas, pues si el torneo en los balcones henchidos de hermosas era armoniosamente uniforme, en los carruajes era inflexiblemente seleccionado.

Para batallar con las bellas sitiadas, las sitiadoras, en su carrera triunfal bajo la Lluvia de proyectiles forestales, tenían que llevarse la palma en gallardía y conquistar en su carro por su hermosura y por la riqueza y primor de sus trenes, el premio y la victoria; y así el paso de cada carruaje conductor de una o de un grupo de reinas blondinas o morenas, era saludado por una salva de aplausos de los concurrentes que henchían las aceras y por los caballeros que asomaban apenas en los balcones y las tribunas, y eran bañadas en una lluvia de flores y consteladas por un enjambre de papelillos que danzaban en el viento, semejando nubes de micropétalas mariposas volubles.

Las triunfadoras contestaban arrojando a lo alto puñados de las flores de que llevaban colmados sus carruajes, o hendiendo el aire con serpentinas que se prendían como lazos de amor de un balcón a un carruaje: y entonces los aplausos atronaban, creciendo en fragor jubiloso y desencadenándose en rauda y loca ráfaga de alegría exultante.

Los caballos enjaezados de gala y arzonados con haces de flores, piafaban de entusiasmo y se encabritaban bajo el férreo puño de sus domadores, y avanzaban así, lenta y bríosarnente, prestando con sus corbetas y relinchos impetuosos más calor al desfile glorioso de las reinas aclamadas….

RUBEN M. CAMPOS. FRAG.

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