Pocos autores en el país tienen una obra tan valiosa como la de Vicente Leñero, su escritura abarca casi todos los terrenos literarios y es una de las mayores aportaciones a nuestra cultura en los últimos cuarenta años.
Vicente Leñero novelista, dramaturgo, guionista y periodista, ha trazado una historia personal cuya definición parecería ser compromiso; sin embargo, nos preguntaríamos con qué o con quién. Difícilmente encontramos pronunciamientos vehementes o protagonismos exacerbados en su carrera. Algunos lo recuerdan tímido, con “una timidez que en algo se asemeja a la soberbia”, dice Emanuel Carballo al prologar su Autobiografía.
Si bien su fe está siempre presente y él no duda en explicarse en torno a esta preocupación, no hay en toda su obra una promoción panfletaria de dogmas católicos ni disquisiciones teológicas. No forma parte de militancias ideológicas –por lo menos no de un modo gremial o gregario– y no formó parte de grupos de poder o mafias culturales. Quizá esto último explique el olvido que de repente sufre su obra, tan poco comentada si se piensa en su valor.
Lo más interesante en él es su inagotable ambición, la búsqueda de nuevos recursos de expresión y su capacidad para concretar esas búsquedas. A menudo –sobre todo al principio de su carrera– ha sufrido la crítica de ser un escritor frío, matemático, formalista a ultranza, preocupado solamente por malabarismos técnicos malinterpretados como incapacidad para narrar. La incomprensión ha ido a tal grado que el maestro duda de su obra, parece arrepentirse de Estudio Q, que es un portento de experimentación.
El acierto de Leñero fue no mezclar el oficio de narrador con su postura frente al mundo. No era el rechazo de un público o la falta de ideas, sino la convicción de que el lenguaje que habría de crear –un lenguaje propio– lo construiría en solitario, despojado de cánones ideológicos o literarios; le preocupaba la forma, no la creación de un credo.
Sin embargo, si hubiésemos de buscar un parangón entre la vida del escritor y la del creyente, podemos ver un reflejo de su evolución literaria en la búsqueda de la gracia. Si el creyente se sabe imperfecto y condenado a caer, sabe también que tiene la opción de levantarse y reiniciar el camino con la experiencia obtenida, pero que esto de ningún modo significa que ha franqueado el camino.
En la obra de Leñero esa actitud es clara: ningún libro se parece al anterior. Ya en sus cuentos hay pinceladas de experimentación, mas es a partir de La voz adolorida (reescrita y publicada más tarde como A fuerza de palabras) donde inicia un ascenso en espiral probando y arriesgándose con sus lecturas de vanguardia. En los nouveau roman encontró Leñero el camino hacia el cómo plantear sus historias, sus obsesiones y tribulaciones, y así tejió las estructuras de Estudio Q y El garabato. El caso de Los albañiles es distinto: guarda cierta relación con la novela balzaciana en la medida en que, a través de una anécdota policial, la narración de los hechos es más o menos lineal. En todo caso, guarda gran distancia del diálogo y la novela policíaca convencional.
Sus lecturas y los vericuetos en la búsqueda formal lo llevaron al teatro, destacando como autor de una dramaturgia poco trabajada en el país: el teatro documental. En Pueblo rechazado –como en otras obras– Leñero parte de acontecimientos reales, comúnmente de trascendencia social o histórica. Enfrascándose en las fuentes documentales, Leñero es un dramaturgo que reportea la nota para construir su historia; al profundizar en los hechos, es en un reportero que redacta bajo la estructura dramática.
La carpa –adaptación teatral de su novela Estudio Q– desborda todos los límites y supera cualquier empresa por renovar el teatro nacional, por lo menos hasta ese momento (1971). No obstante, la osadía de llevar al teatro una obra complicada como Estudio Q, antítesis en apariencia de lo que se entiende por acción dramática, sostiene su brío y su frescura. En el aspecto formal, no tiene equivalente.
Quizá este sentido de la escena y las distintas estructuras le venga de practicar un género rosa en sus años mozos. Escribir radionovelas y telenovelas significó para Vicente Leñero la oportunidad de vivir de su pluma. Otra oportunidad la encontró en el periodismo: desde trabajar como reportero raso en la revista Señal, pasando por las redacciones de las revistas Diálogos, Claudia, dirigir Revista de Revistas y cofundar Proceso. En sus textos se encuentra rigor, tanto en la redacción como en la investigación, pero también ingenio.
A todo lo anterior, agreguemos que es el mejor guionista en los últimos cuarenta años y su aportación al cine nacional, tallereando guiones que luego vemos en la pantalla grande, debiéndole quién sabe cuantos remiendos sobre el texto original. A pesar de los premios recibidos, y algún homenaje, no se le dedican números de revistas ni suplementos culturales. Cerca de sus ochenta años, ya va siendo hora.
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