Tlaskamati

martes, 17 de agosto de 2010

El bloguero del Post y los nuevos desafíos de la prensa global.

“Bienvenidos a la información gratis, globalizada, interactiva y multiplataforma”, afirma Santiago O’Donnell, editor de Página/12, respecto a la estrepitosa salida de Mark Weigel del Washington Post.


Foto: Especial

Hubo una vez un periodismo que iluminó el mundo con su ética profesional, sus modelos de investigación y su garra narrativa; la prensa estadunidense fue, sin dudas, la mejor del siglo XX. Pero el nuevo siglo amenaza con hacer saltar por los aires los viejos moldes con su parafernalia tecnológica y la lenta, pero firme, disolución de la identidad del periodista como una especie de justiciero solitario capaz de hacer saltar gobiernos y temblar a poderosas corporaciones. La salida intempestiva del bloguero Mark Weigel del que sigue siendo uno de los buques insignia de la prestigiosa flota periodística estadunidense, The Washington Post, ha reabierto un debate con implicaciones a escala mundial.

La historia es así: el Post necesitaba un bloguero para sus lectores conservadores y hace cinco meses decidió contratar a Mark Weigel, un joven periodista que se hizo cargo del blog Right Now (La derecha ahora). El inicio fue maravilloso y Weigel realizó su trabajo con mesurado equilibrio hasta que, a mediados de junio, un par de páginas web que cubren los eventos políticos en la capital estadunidense publicaron unos mensajes que el periodista había escrito, antes de comenzar a trabajar en el Post, en una red semiprivada llamada JournoList, donde se burlaba con ferocidad de algunas figuras conservadoras. “Decía que Matt Drudge debía prenderse fuego, le deseaba un ataque al corazón a Rush Limbaugh, decía que estaba podrido de tratar seriamente a los infradotados que hacían los Tea Party y cosas por el estilo”, afirma Santiago O’Donnell, el editor jefe del diario argentino Página/12, uno de los pocos medios en español que hasta ahora hizo eco del escándalo y del debate que ha generado este incidente. “Todo con un lenguaje que suena desubicado en un medio de comunicación, pero que no desentonaría en ningún bar donde se juntan periodistas para descargar las tensiones del día”, concluye O’Donnell.

Mark Weigel.
Mark Weigel. Foto: Especial

No tardaron en llover sobre la redacción del Post mails de iracundos lectores exigiendo el despido del bloguero, que al día siguiente pidió disculpas por sus exabruptos en el blog y ofreció su renuncia al periódico. El episodio no hubiera cobrado la dimensión que cobró si el Post, acorde a sus habituales normas éticas, no le hubiera aceptado la renuncia… pero lo hizo. El episodio ocurrió el 25 de junio pasado y desde entonces se han escrito más de 600 artículos en diferentes medios de habla inglesa sobre la ruptura que el hecho implica con respecto a las antiguas tradiciones periodísticas de ese país, que sustentaron uno de los modelos más vigorosos de la prensa internacional.

O’Donnell trabajó en The Washington Post entre 1991 y 1994. Entrevistado por M Semanal, O’Donnell cree que el episodio tiene una raíz “absolutamente comercial, ya que el Post necesita montarse en la última ola” en lo que hace a tendencias del periodismo, “por eso le hacen falta blogueros, pero la cultura bloguera implica mucha opinión, es una cultura que hace mucho ruido, trata de molestar a los demás y toma abiertamente partido, y entonces el dilema que les presenta es cómo integrar toda esta nueva forma de comunicación con el viejo estilo del diario. ¡Es muy difícil! Hay que recordar que el Post es un diario famoso por sus rigurosas normas de funcionamiento interno. Es costumbre que el director ejecutivo no vote en las elecciones presidenciales y que los periodistas puedan investigar a los anunciantes y hasta a los amigos de los dueños”, y, como recuerda, “cada fin de año —mientras trabajaba allí— una gigantesca pila se armaba en medio de la redacción con los regalos que les llegaban a los periodistas. Nadie se quedaba con nada, salvo el orgullo de llamar a las fuentes y empresas para avisarles que el obsequio sería donado a una obra de caridad y pedirles amablemente que no mandaran más”.

Foto: Wonkette.com

La bomba del Weigelgate, como algunas plumas irónicas han querido bautizar al episodio recordándole al propio Washington Post sus épocas doradas del caso Watergate, hizo aflorar un debate, hasta ahora solapado, que sacude los cimientos de la prensa de Estados Unidos desde comienzos de siglo. En el corazón del conflicto se mezclan los problemas económicos que sacuden a la prensa tradicional, razón por la cual ésta cada día queda más expuesta a sus anunciantes y a la ansiedad que le despierta la pérdida paulatina de lectores. En la otra orilla, una miríada de nuevos medios irrumpe con fuerza en la red, trastoca las viejas normas y pone en duda, hasta cierto punto, los valores éticos que preponderaron durante casi un siglo.

VIEJOS MEDIOS Y NUEVAS TENDENCIAS

Javier Darío Restrepo está a cargo del Consultorio Ético de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano, que dirige Gabriel García Márquez, y es un convencido de que “la ética es la misma de siempre, sólo que internet la potencia al poner una lente de aumento sobre algunos aspectos que ahora resultan más apremiantes y urgentes para los periodistas”. En conversación con M Semanal, Restrepo también cree que en este caso se trata de un tema con trasfondo comercial, pues “han desaparecido las fronteras que antiguamente existían entre gerencia y redacción, y han desaparecido para mal”. Está convencido de que la prensa estadunidense está siendo observada “en lo que respecta a su capacidad para respetar la libertad de pensamiento”; lo ideal sería, en su opinión “que redactor y gerente pudieran llegar a un acuerdo sobre qué es lo más conveniente para los lectores, no tanto para la empresa”.

Esa “pared invisible” solía ser tan fuerte, recuerda O’Donnell, “sobre todo entre los años ochenta y noventa, cuando se suponía incluso que uno no debía ni siquiera hablar con la parte comercial del diario. Recuerdo que una vez en el Post alguien de la gerencia quiso venir con nosotros a ver cómo trabajábamos para vender luego mejor el diario a los anunciantes y hubo que pedirle autorización al director”. Lo que sucede, según O’Donnell, es que “casi no quedan diarios propiedad de grandes familias; los grandes diarios como el Post, The New York Times o Los Angeles Times comenzaron siendo conservadores en su gran mayoría, y su prototipo de propietario eran esos millonarios que solían tener a su esposa en el comité que financiaba la ópera de la ciudad mientras él tenía un diario, pero no se metía en ningún otro negocio”. Los medios fueron así pasando de generación en generación hasta que en los sesenta y setenta comenzaron “a llegar a la dirección un grupo de iluminados con gran talento”, afirma O’Donnell, buscando tener en verdad los mejores diarios del mundo. Figuras como Katharine Meyer Graham en The Washington Post y Otis Chandler en Los Angeles Times equilibraron ideológicamente a la prensa de este país de un modo formidable”.

Foto: Especial

Pero esa aura de excelencia ha comenzado a resquebrajarse. Y el motivo, una vez más, es económico. Al tiempo que cimentaban su prestigio, las grandes redacciones crecían en tamaño y, por consiguiente, en costosfijos, hasta volverse prácticamente insostenibles. “Hay que recordar”, dice O’Donnell “que los periódicos tenían equipos de investigación de envergadura y que los periodistas importantes publicaban cuatro o cinco reportajes al año”. Después apareció internet y el público descubrió que la información, por la que antes tenía que pagar al comprar un periódico, se había vuelto gratis, y todas las viejas reglas del juego comenzaron a derrumbarse.

“Los grandes medios —afirma el periodista argentino Andrés Repetto, propietario y director del portal de noticias internacionales El observador global— se encontraron en una situación similar a la de un hombre con varias mujeres; cuanto más mujeres, más problemas. Y el gran tema de la prensa contemporánea es cómo puede un diario con 800 o mil empleados hacerle frente a la competencia de los nuevos sitios en internet que funcionan con 60, no necesitan papel y no tienen tantos gastos fijos”. Repetto cree que para evitar caer por la cornisa hay que volver a acostumbrar al público a pagar por contenidos y que los ciudadanos “deben comprender que está en juego la credibilidad, la independencia y, por consiguiente, el futuro de prensa”.

El periodista Andrés Rettepo.
El periodista Andrés Rettepo. Foto: Especial

Breaking news and opinion (noticias de última hora y opinión), así se presenta ante sus lectores el portal The Huffington Post. Con más de seis mil blogueros en activo, un público de 12.3 millones de usuarios únicos al mes y alrededor de tres millones de comentarios mensuales publicados por sus lectores, este medio de nuevo cuño dirigido por Arianna Huffington está a punto de arrebatarle a The New York Times la primacía en internet en lo que a noticias se refiere. Aunque las cifras del negocio son todavía modestas —14 millones de dólares en ingresos en 2009, según Busines Insider—, el portal produce pocas noticias (tiene sólo 123 empleados, de los cuales 55 son periodistas, frente a los mil en The New York Times) pero genera mucha opinión. Entre sus blogueros es posible encontrar desde al director del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, hasta actores reconocidos como John Cusack o Alec Baldwin. El portal ha puesto en marcha una iniciativa reciente para resucitar la alicaída investigación periodística destinando 1.38 millones de dólares y contratando a 10 periodistas con este objetivo, todo sin ánimo de lucro. De esta forma, afirma su directora, se intenta desmentir otro de los mitos que la prensa tradicional ha intentado sembrar, y es que las noticias en internet no tienen tanta calidad ni credibilidad como las de los medios escritos. “Ahí está el ejemplo de Propública (web estadunidense sin ánimo de lucro) que ganó el Premio Pullitzer”, dice Arianna Huffington en una reciente entrevista publicada por el diario El País de España: “Hay un montón de webs locales que están investigando financiadas por fundaciones o particulares, o sea que esta es una vía, no sólo de preservar el periodismo de investigación, sino de hacerlo mejor. A los medios tradicionales se les escaparon dos de las grandes historias de nuestro tiempo: la inexistencia de armas de destrucción masiva en Irak y lo que nos llevó a la crisis financiera. Hay mucha gente, en muchas industrias, que la pasa mal en el proceso de ajuste a la nueva realidad. Esta es una tecnología disruptiva que ha sacudido a los editores, mucha gente está pasando por tiempos duros, tiempos de tomar conciencia y reconocer las nuevas realidades”, concluye, mientras se muestra convencida de que “los medios tradicionales harán cada vez más cosas online, involucrarán a sus lectores cada vez más” y de que “no van a desaparecer, sólo van “a tener que ajustarse” a los nuevos tiempos.

“Bienvenidos a la Era de la Información, es decir, de la información gratis, globalizada, interactiva y multiplataforma”, concluye O’Donnell su artículo en Página/12 a propósito del debate generado por la salida de Mark Weigel. “En este nuevo mundo, las voces de las corporaciones han copado el espacio público de debate, desplazando a los intermediarios. La verdad universal que apuntalaba al modelo de periodismo independiente se ha segmentado en nichos temáticos y económicos, territorios hiperlocalizados y corrientes de opinión. Con sus bemoles, la distancia entre el cronista, su empresa periodística y el grupo de interés que la sostiene se ha acortado casi hasta desaparecer. Esa, y no otra, es la madre de todas las guerras mediáticas”.


Oscar Guisoni

No hay comentarios: