Tlaskamati

lunes, 2 de agosto de 2010

El fin de un coronel...


Domingo 01 de agosto de 2010

Del silencio prudente y las sombras a la muerte súbita

El Ejército mexicano no desperdició la oportunidad que tenía de congraciarse con el presidente de la República después de que la Marina los había estado relegando de las tareas de inteligencia y ataques de precisión contra cabezas de los cárteles de la droga. Tenían ubicado a Ignacio Coronel y aprovecharon la visita presidencial a Guadalajara para ofrecerle su cabeza. Un operativo relámpago y el capo cayó muerto.

Ya le habían dicho que se viniera de Zapopan porque la plaza se le estaba “calentando” demasiado. Después del asesinato de su hijo Alejandro en Puerto Vallarta, Ignacio Coronel empezó a perder el control que tenía en el centro del corredor del Pacífico, del cual era responsable.

Reaccionó de inmediato contra Los Zetas que la madrugada del lunes 5 de abril secuestraron a su hijo después de matar a su compañero de parranda, Luis Fernando Gurrola Coronado.

Ordenó que los persiguieran y los encontraron en Xalisco, Nayarit. Murieron doce y la mayoría de ellos fueron quemados. Después se sabría por qué. A su hijo lo mataron y después le prendieron fuego.

Su sed de venganza no terminaría ahí. “Nacho Coronel culpó a Héctor Beltrán Leyva, el H, por la muerte de su hijo y trató de obligarlo a darle la cara. Mandó a un comando a Hermosillo, Sonora, para que tomaran como rehén a la esposa de este, Clara Helena Laborín Archuleta. La detuvieron al mediodía del martes 13 de abril, afuera de su residencia, a unos 300 metros del cuartel general de la Policía Estatal Preventiva de Sonora.

La ofreció al cambio, pero Héctor Beltrán no dio señales de vida. Seis días después, el lunes 19 en la madrugada, Clara Laborín fue encontrada en la banqueta de las calles De Reforma y Luis Donaldo Colosio, a un lado de la Universidad de Sonora, atada de pies y manos, vendada hasta la nariz.

Junto a ella le dejaron dejado un mensaje al capo: “Nosotros te vamos a enseñar a ser hombre y a respetar a la familia, asesino de niños”, así como: “Aquí está tu esposa, por la que te negaste a responder, te la entregó sana y salva para que veas y aprendas que para nosotros la familia es sagrada”, además, “Nosotros no matamos mujeres, ni niños, únicamente vamos por ‘El Hache’ y ‘El Dos Mil’, así como por varios policías”, dirigidos a Héctor Beltrán Leyva y Francisco Hernández García, según aseguró un jefe policiaco municipal.

Zapopan pierde la calma

A pesar de que la ciudad de Guadalajara había estado tranquila, en los últimos meses empezó a observar mucho movimiento relacionado con el narcotráfico: aprehensiones, enfrentamientos, ejecuciones, cateos, decomisos…

“Vente para acá —le decían desde Sinaloa—, te vas al cerro”… Pero Ignacio Coronel parecía enamorado de Zapopan. Medio mundo decía que ahí se la pasaba; era su casa, su feudo, su búnker. Nada escapaba a su vista de halcón.

Hasta que lo cercaron de una manera que ya no pudo salir. Fuentes de Sinaloa aseguran que Coronel Villarreal tenía ya alrededor de 15 días en la misma casa, pidiendo comida “para llevar”; no salía porque sabía que lo estaban esperando. El Ejército mexicano ya lo había detectado y solo esperaba que se moviera. Hasta el día en que el presidente Felipe Calderón estuvo por ahí, en Zapopan, en una gira de trabajo.

Ubicado plenamente, se ordenó el ataque. Al Ejército le urgía ofrecer el trofeo y lo consiguió, a sangre y fuego.

Narra El Universal:

“Nacho Coronel no se intimidó ante los soldados. Los confrontó armado con una pistola y fue el primero en disparar cuando los militares ingresaron a la habitación. Mató al militar que encabezaba el operativo e hirió a un segundo oficial. Él recibió dos disparos, los dos a la altura del pecho, que de inmediato le quitaron la vida. El capo vestía de manera casual, ropa deportiva. Una playera blanca marca Adidas, que quedó manchada por la sangre muy cerca del corazón y a la altura del cuello. Su cuerpo quedó tendido sobre un desnivel que había al interior de la habitación con piso de color ladrillo.

El Coronel parecía estar dormido”.

Un traspiés en Sinaloa

Ignacio Coronel Villarreal había sido detenido en Sinaloa por allá en noviembre de 1993. Un convoy de al menos tres camionetas Suburban fue detectado por la Policía Ministerial del Estado cuando viajaba por la carretera Costera de norte a sur.

En ese tiempo era Jefe de Investigaciones de la PME el comandante Francisco Javier Bojórquez Ruelas, quien encabezó un operativo para “atorar” el convoy. Lo esperaron antes de llegar a La Platanera, a 30 kilómetros al norte de Culiacán y los detuvieron. Eran alrededor de diez hombres, entre ellos Ignacio Coronel. Todos vestían prendas comunes y corrientes menos él, que portaba un pantalón fino de mezclilla con camisa de vestir y saco sport.

Cuando los policías revisaron las camionetas encontraron doce fusiles de asalto AK-47 sin estrenar.

Nacho dialogó con el comandante y le pidió que los dejara ir, pero este le dijo que no podía. Le siguió insistiendo… “No, no se puede”. Le ofreció dinero… “No se puede… y ahora menos —le dijo—, porque ya llegaron los de la prensa”.

Los periodistas de El Debate y Noroeste andaban armados con escaners que sintonizaban las frecuencias de la Policía, de tal forma que a veces llegaban primero que los agentes al lugar de los hechos.

Una nube de reporteros y fotógrafos llegó al lugar disparando sus cámaras. Todos fueron trasladados a las instalaciones de la Policía Ministerial. La fotografía de Nacho Coronel que le ha dado la vuelta al mundo desde hace años, proviene de ahí.

Luego se supo quién era el jefe de la pandilla porque todos sus compañeros se referían a él como “el señor”. No solo la forma de vestir, sino también la de hablar lo distinguía. Queda la voz, nunca se alteró, como tampoco su mirada fría.

Un abogado llegó de Guadalajara para tramitar su liberación. Se suponía que sería consignado por asociación delictuosa, portación de arma de fuego de uso exclusivo del Ejército, intento de soborno, pero algo hizo el abogado que tres días después quedó libre.

Seguramente Nacho Coronel había pedido que no se hiciera mucho escándalo con su detención, porque el mismo abogado recorrió las redacciones de los diarios ofreciendo dinero a los editores para que la nota no fuera publicada, o al menos que no se destacara.

Aún así, Nacho Coronel —en ese tiempo no usaba ese seudónimo— fue la noticia del día siguiente. Meses después, el comandante fue asesinado.

La semblanza de Proceso

Una semana antes de que Ignacio Coronel Villarreal fuera abatido por el Ejército mexicano, la revista Proceso había publicado una semblanza del capo duranguense, escrita por Ricardo Ravelo, que lo medía frente a los otros líderes del llamado cártel de Sinaloa, ubicándolo en un cuarto sitio, después de Ismael el Mayo Zambada, Joaquín el Chapo Guzmán y Juan José Esparragoza Moreno, el Azul.

En poco más de dos décadas, dice la revista, Ignacio Nacho Coronel Villarreal se consolidó como el cuarto hombre más importante del cártel de Sinaloa y logró ampliar sus actividades de trasiego de droga a gran escala hacia Sudamérica, Estados Unidos y varios países europeos, que hoy son las principales rutas de su boyante negocio.

De acuerdo con Robert Mueller, director del Buró Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés), quien elaboró una ficha criminal en la que destaca que, por su gran capacidad, Coronel Villarreal podía constituir su propia organización criminal en un corto tiempo.

Algunos documentos oficiales consignan que nació el 1 de febrero de 1954, aunque no mencionan el lugar. La PGR sostiene que era originario de Canelas, Durango, pero un reporte del FBI fechado el 17 de abril de 2003 —cuando se ofreció una recompensa de 5 millones de dólares a quien proporcionara datos para su captura— indica que es oriundo de Veracruz.

En los ochenta, cuando Coronel inició su carrera delictiva, era el cabecilla del cártel de Juárez en Zacatecas. Trabajaba entonces a la sombra de Amado Carrillo Fuentes, El señor de los cielos, y de Eduardo González Quirarte, el Flaco, quien fue publirrelacionista de esa organización criminal hasta 1997.

Tras la muerte de Carrillo Fuentes, Coronel Villarreal, Juan José Esparragoza Moreno, el Azul e Ismael el Mayo Zambada se desligaron de ese cártel para sumarse al de Sinaloa, que recobró su poder en 2001 luego de que el Chapo Guzmán se fugó del penal de Puente Grande, Jalisco.

En aquella ocasión, junto con Luis Valencia Valencia, cabeza del cártel del Milenio, y Óscar Nava Valencia, el Lobo —ambos vinculados con los hermanos Beltrán Leyva—, Coronel protegió al Chapo. Años después, cuando los Beltrán Leyva rompieron con Guzmán Loera, Nacho Coronel se mantuvo firme en el cártel de Sinaloa. Hoy, sin embargo, opera en El Molino, un municipio cercano a la ciudad de Zapopan, Jalisco, según datos de la PGR.

No obstante su filiación al clan sinaloense, la Drug Enforcement Administration (DEA) y el FBI sostienen que desde la década pasada Coronel consolidó su poder y es capaz de “operar con luz propia”.

“Ha incrementado su poder desde la década de los noventa y ahora es la cabeza de una célula poderosa en México, trabaja directamente con fuentes de abastecimiento colombianas que lo surten de cientos de toneladas de cocaína”, según la ficha criminal elaborada por las autoridades de Estados Unidos.

Eso decían los propios gringos de Nacho Coronel, al que el destino alcanzó en Zapopan.

El jueves, pasado el mediodía, el alto mando militar dio la orden de atacarlo en su finca del fraccionamiento San Javier. El presidente andaba de gira en Guadalajara, donde inauguraría el nuevo estadio de las Chivas.

Ya entrada la tarde, alguien le dio la noticia: cayó muerto Nacho Coronel.

La muerte del capo, de acuerdo con el informe oficial de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) se produjo cuando intentó escapar del cerco militar que lo tenía copado.

La Defensa Nacional informó que la ubicación de Ignacio Coronel Villarreal, también apodado Don Nacho, El rey del hielo, El rey del crystal o El cachas de diamante, fue una operación de “precisión” luego de un intenso trabajo de inteligencia militar.

En la operación se logró la captura de su escolta personal, Irán Francisco Quiñones Gastélum, el único hombre que lo acompañaba. Según la dependencia, esta era la estrategia de Nacho Coronel para mantener un “bajo perfil” y así evitar su detención


Ismael Bojórquez

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