Sucede que los versos que se encuentran en un poema o en una canción no están necesariamente afirmando aquello que afirmarían por fuera, en otro contexto. Por ejemplo, en el poema de Carlos Drummond de Andrade, “O Sobrevivente”, hay un verso que dice: “El último trovador murió en 1914.” Ese verso vale en el poema por el efecto que produce: poco importa si es verdadero o falso. Sería diferente si, en lugar de un verso, fuera un planteamiento en un libro de historia de la literatura.
En ese sentido, un poema es similar a una pintura. Un suceso en la vida de Matisse puede aclararlo. Una señora que estaba de visita en el taller del maestro, mientras veía una de sus últimas obras, comentó: “Me parece que el brazo de esa mujer está muy largo”. “Madame –respondió él cortésmente– se equivoca. No es una mujer, es una pintura.” De igual forma, a quien quisiera debatir con Caetano la afirmación de que sólo es posible filosofar en alemán, él podría responder: “No es una afirmación, es una canción.”
LA FILOSOFÍA Y LA POESÍA son dos actividades extremas –y opuestas– del espíritu humano. El discurso filosófico, en tanto filosófico, es proposicional. Es decir, afirma determinadas cosas y, al hacerlo, niega el opuesto de ellas. Así, los empiristas, por ejemplo, afirman que todo conocimiento proviene de la experiencia. Mientras tanto, los racionalistas consideran que no todo conocimiento proviene de la experiencia, pues según ellos hay cosas que podemos conocer a priori. Ahora, la afirmación de los empiristas contradice –luego entonces, niega– la de los racionalistas y viceversa. Cuando nos interesamos por el contenido filosófico de determinado discurso, queremos saber qué afirma y qué niega, y si lo que afirma es verdadero y lo que niega falso.
El discurso poético, en la medida que es poético, no es proposicional, es decir, no afirma ni niega nada. Así, el poema más famoso de Carlos Drummond de Andrade, por ejemplo, dice: “Había una piedra en medio del camino.” A simple vista, se trata de una proposición que afirma una determinada cosa, es decir, que había una piedra en medio del camino. En realidad, se trata de una pseudo proposición. ¿Por qué? En primer lugar, porque no es posible saber exactamente qué es aquello que afirma esa supuesta proposición y, en consecuencia, no es posible saber si es verdadero o falso. ¿Había una piedra en medio del camino? ¿Cuándo? En segundo lugar, porque, en cualquier caso, su verdad o falsedad no tendría la menor importancia para la apreciación del poema. ¿Qué pensaríamos de alguien que nos dijera, por ejemplo, que ese poema de Drummond es malo, porque en realidad no había ninguna piedra en el camino? Diríamos que esa persona es tonta o está loca o, por lo menos, que no sabe lo que es un poema. En tercer lugar, digamos que alguien escribe un poema afirmando lo opuesto de lo que éste dice, es decir: “No había ninguna piedra en medio del camino.” Aun cuando se tratara de un buen poema, no pensaríamos que desmiente el poema de Drummond. Diríamos, en cambio, que podemos apreciar tanto un poema que aparentemente afirme x (no importa qué pudiera ser x) como otro que aparentemente afirme no-x. En otras palabras, ni uno ni otro afirma nada: ni uno ni otro es proposicional.
LO QUE INTENTO decir es que el estado espiritual en el cual entro para pensar filosóficamente es completamente distinto del estado en el que entro para escribir un poema. Por otra parte, para mí, la letra de una canción está muy cerca de la poesía. Cuando escribo una u otra, uso todo lo que sé, todas mis facultades: mi intuición, mi razón, mi intelecto, mi emoción, mi experiencia, mi sensibilidad, mi sentido del humor, mi cultura, etcétera. Naturalmente, uso también lo que sé de filosofía. Pero, a esa altura, la filosofía no es lo más importante. Es apenas una de las cosas que forman parte de mi vida.
EN MI CASO, soy aprendiz de poeta en un momento y aprendiz de filósofo en otro, nunca los dos al mismo tiempo. La cuestión es más o menos la siguiente: el poeta se ausenta cuando el filósofo aparece y viceversa. En otras palabras, cuando escribo un poema y comienzo a pensar en términos filosóficos, adiós poesía; mientras que mi actividad filosófica jamás podrá ser un poema. Estoy de acuerdo, por tanto, con Goethe, Guimarães Rosa y João Cabral, entre otros, que sostienen que la filosofía entorpece al poema. Nietzsche, que quiso ser poeta y filósofo al mismo tiempo, se volvió loco, y no se sabe qué sucedió primero: la intención de ser ambas cosas al mismo tiempo o la locura. Toda filosofía es pensamiento, pero no todo pensamiento es filosofía. Nietzsche fue un gran pensador y está de moda; sin embargo, al contrario de lo que Deleuze afirmó, su pensamiento no es sistemático, ni consistente, como para considerarlo un gran filósofo. Aun cuando haya tenido grandes intuiciones. Nietzsche frecuentemente se contradice, pues es un híbrido de poeta y filósofo.
PARA MÍ, LA POESÍA es más importante que la filosofía, pero no lo digo de un modo absoluto y universal. Para otros, ese lugar puede ocuparlo la filosofía. Sin embargo, para mí la poesía es lo más importante, en primer lugar, porque mientras aquélla resulta sobre todo de la actividad de mi intelecto, ésta resulta, como dije antes, del uso, en el grado más alto, de todas mis facultades: intelecto, intuición, emoción, experiencia, sensibilidad, sentido del humor, cultura, etcétera. Está hecha, por tanto, de lo mejor de mí. En segundo lugar, porque, para pensar filosóficamente, me separo del objeto de mi pensamiento y lo considero de un modo abstracto; un poema es desde ya concreto en cuanto que es al mismo tiempo pensamiento y lenguaje, sujeto y objeto, yo y no-yo, sentido y sonido, concepto e imagen, etcétera. En lo que hago, por tanto, me identifico muchísimo más con un poema que con un ensayo de filosofía. A decir verdad, no me identifico sólo con algún poema que escriba, sino con todos los poemas que me gustan. Más aún: siento como si yo mismo hubiese escrito los poemas que disfruto, algo que jamás diría de las obras filosóficas que admiro.
ANTONIO CICERO
Traducción del portugués de Iván García
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