Explotación criminal
La privación ilegal de los empleados de Coppel, lo que ocurre cada semana en todas las tiendas de esta compañía, en todo el país, sin que autoridad de trabajo alguna lo haya impedido hasta ahora, terminó con el homicidio imprudencial de seis de ellas en el incendio de la sucursal Hidalgo, en Culiacán, motivado por el hambre de ganancias de empresarios sin controles ni escrúpulos, amparados en la impunidad. Nadie ni nada regresará a las jóvenes a casa, pero la tragedia sacude ya la conciencia social de los sinaloenses.
En menos de dos meses, 14 empleados del Corporativo Coppel en Culiacán han muerto en accidentes que, de acuerdo con expertos en siniestros, pudieron haberse evitado. El 6 de octubre pasado fallecieron ocho ejecutivos de esta empresa al desplomarse el avión en el que viajaban a Veracruz, en donde evaluarían los daños sufridos en las tiendas de Minatitlán a raíz de la inundación que causó la tormenta tropical Mathew. Justo el día de cumplirse un mes del accidente, se inauguró una bodega en el puerto de Veracruz.
El pasado martes a las ocho y media de la noche, seis empleadas que laboraban preparando inventario durante la noche en la tienda Coppel ubicada en la calle Hidalgo, murieron al quedar atrapadas en el interior del comercio cuando se registró un fuerte incendio que en pocos minutos consumió todo lo que había en su interior. Ropa, muebles y enseres domésticos fueron el combustible para que el establecimiento ardiera por completo.
De acuerdo con datos proporcionados por bomberos que acudieron a sofocar el fuego, las víctimas, mujeres jóvenes de entre 20 y 35 años de edad, quedaron atrapadas en el interior del comercio al no contar con salidas de emergencia. Tampoco había un sistema contra incendios que hubiera evitado la muerte de las jóvenes Carmen Selene Moreno de 36 años, Ariana López Soto y Rosa Imelda Félix de 26, Claudia Janeth Hernán Delgado y Perla Zapata de 25, y Verónica Picos Bastidas de 22.
Sus amigos relatan que fueron ellas mismas, con sus teléfonos celulares, las que informaron del siniestro a sus familiares, quienes a su vez pidieron ayuda al Sistema de Emergencias 066. Cuando los bomberos llegaron, se dieron cuenta que las cortinas metálicas de la puerta principal habían sido cerradas por fuera y de que no había salidas de emergencia por dónde las jóvenes pudieran escapar.
Ante el temor de que las llamas se extendieran a comercios contiguos debido a la magnitud del incendio, elementos de Protección Civil estatal y municipal, así como bomberos de Navolato y Guamúchil, se sumaron a las labores de rescate, pero no lograron salvar a las jóvenes.
El comandante del Cuerpo de Bomberos, Adán Sinagawa Araujo, declaró a los medios que las mujeres se resguardaron al fondo de la primera planta, hacia donde lamentablemente se propagó el incendió, y mencionó que la única salida era una pequeña puerta en el techo, fuera del alcance de las víctimas, por la cual, dijo, ni los bomberos pudieron entrar y tuvieron que romper los muros laterales del edificio para iniciar el operativo de rescate.
A las ocho de la mañana, luego de once horas de iniciado el incendio, los cuerpos de socorro encontraron los cuerpos calcinados de las jóvenes y dictaminaron que el fuego estaba controlado. Decenas de voluntarios de Cruz Roja, Protección Civil y Bomberos, con el semblante desencajado y cubiertos de tizne, soltaron el cuerpo. Se dejaron caer en la banqueta, en medio de lámparas, garrafones de agua, botes de oxígeno y herramientas utilizadas para romper las paredes contiguas a la tienda.
Ese miércoles, el centro de la ciudad amaneció cubierto con el humo denso que se esparció entre los curiosos que se arremolinaron en las esquinas de las avenidas Álvaro Obregón y Juan Carrasco, cerradas al tránsito vehicular y resguardadas por elementos de las policías estatal y municipal y del Ejército Mexicano. Conforme las horas pasaron, el tráfico vehicular y peatonal se restableció, aunque algunos comercios cercanos se mantuvieron cerrados por las acciones preventivas que implementaron las autoridades.
¿De quién es la culpa?
Luego del siniestro, la Procuraduría de Justicia en Sinaloa inició una averiguación previa por los delitos de homicidio y privación de la libertad de las mujeres, a fin de determinar quién o quiénes fueron los responsables.
Mientras tanto, las dependencias involucradas pronuncian declaraciones contradictorias. Y todas tratan de “lavarse las manos”. Un día después del incendio llegó a Culiacán el director de Inspección Federal de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, Rafael Avante, quien en conferencia de prensa dijo desconocer la política de la empresa Coppel sobre el trabajo nocturno y adelantó que del análisis de los planos de la tienda “se desprende que no contaba con detectores de humo”.
Según el director federal de Inspección, al hacer la revisión documental de las inspecciones en las tiendas Coppel, la Secretaría del Trabajo encontró que la empresa no cuenta con un programa específico para el combate de incendios. En su lugar, el corporativo les presentó un documento denominado Programa Interno de Protección Civil, el cual pretende suplir el anterior. En él se identifica la existencia de una salida de emergencia, la cual solo estaba habilitada en horas de atención al público.
El funcionario federal fijó entonces su postura al declarar que en una inspección realizada en el lugar del incendio, se evidenció que las salidas de emergencia con que contaba la tienda no cumplían con las normas de seguridad establecidas. Y más, que el haber forzado las puertas de acceso para el rescate “nos hace suponer que efectivamente las trabajadoras no pudieron salir del inmueble”. Y remató: “Es una conducta muy grave, no hay justificación alguna, bajo ninguna circunstancia y por ningún motivo, para haberlas privado de su libertad”.
Rafael Avante mencionó que la información que se derive de la evaluación realizada por la Secretaría del Trabajo será puesta a disposición del Ministerio Público para que deslinde responsabilidades.
Por su parte, la corporación Coppel también dio su versión de los hechos. Insistió en que se han seguido al pie de la letra todas las normas y procedimientos de seguridad. A través de su director administrativo, Roberto Gutiérrez Ruelas, dijo que las cortinas metálicas externas estaban cerradas por motivos de seguridad, pero que el personal sí podía abrirlas desde adentro: “No había cadenas ni candados que les impidieran salir, ellas podían entrar y salir libremente” y conjeturó que seguramente “el fuego y el humo las sorprendió en el segundo piso y no pudieron bajar a las salidas de emergencia”.
—¿Está enterado de que la Procuraduría de Justicia inició una investigación por homicidio? —se le preguntó.
—Hablar de homicidio es algo grave —respondió—, para nosotros lo que ocurrió fue un accidente. La averiguación previa que se abrió por homicidio es excesiva.
La Comisión se volvió humo
De acuerdo a la Ley Federal del Trabajo, existe en Sinaloa una Comisión Consultiva Estatal de Seguridad e Higiene en el Trabajo, integrada por representantes de organizaciones de trabajadores y empresarios, así como funcionarios federales y locales, y tiene por objeto estudiar y proponer la adopción de medidas preventivas para reducir los riesgos laborales en los centros de trabajo.
En Sinaloa, esta comisión está presidida por el gobernador del estado, Jesús Aguilar Padilla. El portal de la STPS, en el que se debe tener información actualizada de los trabajos que realiza la referida comisión, sólo cuenta con un breve diagnóstico del año 2007 sobre las condiciones de seguridad y salud en el trabajo. En él se especifica que las actividades consideradas como más riesgosas son las de la construcción, tiendas de autoservicio, actividades de carga de materiales y la labor agrícola.
Las sesiones ordinarias de la comisión, que debían hacerse cada tres meses, dejaron de realizarse desde el 11 de septiembre del 2009. Los links que debían llevar a las propuestas de anteproyectos de normas; los estudios en materia de seguridad, higiene y medio ambiente de trabajo; las propuestas de medidas preventivas de riesgos de trabajo y su difusión; y los programas de prevención de accidentes de trabajo y sus resultados, se encuentran vacíos.
En el acta de una de sus últimas sesiones, celebrada en junio del 2008 pasado, el representante por el IMSS, Francisco Rodríguez Acosta, refirió que “los edificios e instalaciones de los centros de trabajo no han sido diseñados con las salidas de emergencia, y por ende no cuentan con esta condición de seguridad tan necesaria”.
“Sería importante vigilar el cumplimiento de esta Norma de tal manera que se ordenen las modificaciones a esas instalaciones para que se cuente con dichas salidas”, alertó desde entonces.
Sobre el sistema de seguridad de las tiendas Coppel habló Marco Antonio Martínez de Alba, director de Protección Civil del Ayuntamiento de Culiacán, dependencia responsable de establecer programas de protección civil especiales y de alertamiento respectivos en empresas, organismos y asociaciones privadas del sector social establecidas dentro del Municipio.
Martínez de Alba dijo haber realizado una visita de inspección en la tienda Coppel Hidalgo el 30 de noviembre del 2009, en la que se hicieron observaciones para el establecimiento de rutas de evacuación y salidas de emergencia. Para el 27 de mayo de este año, seis meses después, se hizo una nueva visita para verificar el avance del proceso de seguridad requerido, en el que se constató, dijo, que la empresa cumplió con el procedimiento.
—¿Y entonces por qué las trabajadoras no pudieron salir? —se le preguntó.
El director de Protección Civil Municipal respondió con una pregunta:
—¿De qué sirve que se tenga una ruta de evacuación señalizada y salidas de emergencia si tenemos una cortina metálica cerrada?
—¿Está diciendo que fue un error de la empresa?
—Fue un error humano.
Las anomalías de una marca que se expande a Sudamérica
Ganancias, sudor y lágrimas
Ismael Bojórquez
El 17 de agosto de 2009, la empresa Coppel presentó en el hotel Sheraton de la Ciudad de México su proyecto de expansión a Brasil y Argentina. Con una inversión anunciada de 50 millones de dólares, el propósito de la marca era arrancar con tres tiendas en Argentina para después expandirse a Brasil con la apertura de tres tiendas en Curitiba, Paraná, ciudad con la cual los políticos y empresarios sinaloenses parecen deslumbrados gracias a la magia de Jaime Lerner, el hombre que transformó una mole de concreto en paraíso, pero que al mismo tiempo lideraba la explotación bestial de la pobrería y la represión de los movimientos sociales de esa región (Ríodoce No. 80).
Por eso no es casual que la empresa haya escogido esa ciudad “modelo” para sus proyectos de expansión continental, pues su mercado principal son los pobres, a los que los Coppel parecen aborrecer. Por el mismo cálculo empresarial, las tiendas de Argentina fueron ubicadas en la periferia de Buenos Aires.
Ocho meses después, en abril, el proyecto de Coppel se había ampliado, pues en Argentina fueron abiertas cinco tiendas y cuatro más en Brasil.
“Yo no me quedo, ché”
Para su operación, la empresa Coppel capacitó a todo su personal, brasileños y argentinos, en las tiendas de Culiacán. Muchos fueron trasladados con todo y familia. Durante el periodo de capacitación, los sudamericanos protestaron en voz alta y baja contra muchas cosas que descubrieron en las tiendas y que les parecían anómalas. Una de ellas es que a los empleados les descuentan “equitativamente” el resultado de faltantes en los departamentos después de cada inventario.
Este ha sido un grito desde que ocurrió el incendio a través de los comentarios que se han subido a los sitios web.
Es norma si quieres trabajar ahí. “Es rara la quincena que no nos llega un descuento por faltante”, dice una empleada de Coppel Navolato. “Me han descontado 300, 500 pesos al mes”. Su sueldo es de mil 200 pesos quincenales y pueden llegarle hasta 500 pesos de comisión por venta en su departamento. Es decir, ni 3 mil pesos mensuales, casi equivalente a un salario mínimo y medio por jornada que se extiende normalmente a nueve horas —descontando las dos que les dan para comer— porque los empleados se van hasta que ya salió el último cliente después de que la tienda se ha cerrado.
—¿No tienen sindicato? —se le pregunta a la empleada del departamento de zapatería.
—¿Sindi… qué?
La otra anomalía que los argentinos y brasileños detectaron y que a la postre resultó fatal, es que a los empleados que se quedan en las tiendas para realizar los inventarios se les encierra muchas veces por fuera hasta que al día siguiente llega el gerente para abrir de nuevo la tienda.
En una de las sucursales del centro de la ciudad, un argentino que estaba siendo capacitado para ser gerente en Buenos Aires se negó a quedarse. “¿Cómo que nos vamos a quedar encerrados aquí? ¿Y quién responde por nosotros?”, cuestionó al gerente. ¿Qué pasa si esto se incendia? Y aclaró que solo se quedaría si también el gerente lo hacía con las llaves de las puertas listas para cualquier emergencia.
Los inventarios se realizan por lo menos uno cada semana por departamentos. Siempre son seis o siete empleados los que se quedan encerrados en condiciones similares en las que murieron las seis mujeres en Coppel Hidalgo.
En un recorrido que Ríodoce hizo por algunas tiendas se constataron condiciones similares a las que privaban en la sucursal siniestrada la noche del martes: los extinguidores no se encuentran a la vista, algunos de ellos no están en condiciones de ser operados, hay mangueras pero en algunos casos no están conectadas en ninguna toma de agua, no hay sensores de humo y no hay salidas de emergencia.
En la tienda de Navolato algunos empleados entrevistados afirman que hay una salida de emergencia en la segunda planta que conduce a la azotea. Pero las rutas de evacuación señaladas en el inmueble no llevan a ese lugar. Entonces un empleado muestra al reportero tal salida y resulta que es una ventana cuyo acceso está negado por la altura, no hay escaleras para salir por ahí, pero si alguien lo hace corre el riesgo de morir electrocutado pues el destino es el área de compresores del sistema de aire acondicionado y está protegido por cercas electrificadas.
—Entonces, ¿cuáles son las salidas de emergencia? Se le cuestiona al gerente de la tienda.
—Son las entradas —dice señalando los accesos de las tiendas para los clientes. Dos entradas para la clientela y un acceso para el almacén por donde entran las mercancías, que en las noches de inventario queda cerrado con un candado que solo abre con clave.
En las tiendas Coppel no hay personal de seguridad porque es parte de una política empresarial diseñada para evitar el robo de sus propios empleados, desde que encontraron que el robo hormiga mermaba sus ganancias.
Lo declaró el mismo director de la compañía, Agustín Coppel, en una entrevista concedida a la revista Expansión en marzo de 2008: “Preferimos cerrar la tienda que pagar por alguien que nos cuide”.
Así, los únicos depositarios de la confianza de los Coppel para el resguardo de las tiendas son los gerentes… quienes se llevan las llaves de las tiendas a sus casas, mientras los trabajadores hacen inventarios.
El dios dinero
Las dimensiones de la tragedia ocurrida en Coppel se disparan con solo echar un vistazo a sus cuentas.
De acuerdo con la Bolsa Mexicana de Valores, donde la compañía cotiza desde hace una década, Coppel tuvo, en el primer semestre de 2010, una utilidad neta de 2 mil 398.6 millones de pesos, un aumento de 66.5 por ciento comparado con el primer semestre de 2009.
En los últimos doce meses Coppel abrió 39 nuevas tiendas, logrando presencia en 18 ciudades adicionales. Asimismo, las ventas de mercancía aumentaron 16 por ciento del segundo trimestre de 2009 al segundo trimestre de 2010. Al mismo periodo, la base de datos de clientes se incrementó en 1.9 millones de registros, llegando a contabilizar un total de 15.9 millones de clientes con tarjeta Coppel.
El crecimiento interanual en la utilidad neta fue de 60 por ciento, sin embargo, también se lograron ahorros relativos en costos mediante la optimización de la red de proveedores y catálogo de mercancía, así como en gastos administrativos.
En la ciudad de Culiacán, el 28 de julio, el presidente de Coppel S.A. de C.V., Agustín Coppel, reportó en su asamblea de accionistas, resultados al 30 de junio de 2010, destacando el incremento de 59.7 por ciento en utilidad neta “que resulta de una expansión significativa en márgenes y rentabilidad dado el crecimiento en ventas y el ahorro relativo en todos los rubros de costos y gastos”.
En los últimos doce meses Coppel abrió 39 tiendas, de las cuales 23 fueron en formatos tradicionales, 12 en formatos Coppel-Canadá y cuatro de variedad limitada.
El incremento de 5 por ciento en el número de tiendas se tradujo en un aumento de 5.3 por ciento de piso de ventas, para alcanzar un total de 1.28 millones de metros cuadrados de piso de ventas a junio 2010.
La penetración de la red nacional de distribución aumentó 6.8 por ciento de junio de 2009 a junio de 2010 al iniciar operaciones en 18 ciudades adicionales para un total de 284 ciudades en la república mexicana, con presencia de tiendas Coppel.
Las ventas totales se incrementaron 24.9 por ciento o 2 mil 299.6 millones de pesos de 2009 a 2010 para ubicarse en 11 mil 532.6 millones de pesos y aumentaron 16.2 por ciento en términos de ventas en el mismo periodo.
Los Coppel siempre ganan
Almacenes Coppel fue fundada por Luis Coppel Rivas en 1941. Sus hijos, Enrique y Agustín Coppel, principalmente, dirigen los destinos de la empresa desde hace por lo menos tres décadas.
Los fundadores de la compañía se habían mantenido al margen de la política hasta que llegaron ellos, con tal malicia de que uno le apuesta a un candidato y el otro al que queda enfrente. En las elecciones para la gubernatura de 1998, por ejemplo, Agustín apoyó a Juan Millán, del PRI, mientras que Enrique a Emilio Goicoechea, del PAN. En 2004 Agustín apoyó a Heriberto Félix, mientras que Enrique a Jesús Aguilar.
Nunca pierden. En las pasadas elecciones, Agustín apoyó a Eduardo Ortiz para la presidencia municipal de Culiacán, mientras Enrique se metió hasta la cocina de la campaña de Jesús Vizcarra. Empleados de confianza de los Coppel, como Carlos Gandarilla, fue un importante operador de la campaña de Mario López Valdez, Malova.
En la entrevista que en 2008 concedió a Expansión, la revista describe cómo Agustín Copel puede pasar una hora mirando una obra pictórica sin decir una palabra para después hacerla suya. Su sensibilidad por el arte es exaltada. También por la flora y la fauna, donde resaltan su liderazgo en la Sociedad Botánica y Zoológica de Sinaloa.
Una “sensibilidad” que no llega a sus empleados.
Un asomo de despedida
Javier Valdez
Verónica no quería ir. No tenía ganas. No esa noche. Y menos a esa tienda, la de la Hidalgo, que tanto miedo le inspiraba.
Antes de irse al centro, a cumplir con su jornada de trabajo, les dijo a sus amigas y vecinas que no estaba convencida de ir a laborar ese martes.
“No sé, no tengo ganas”, le dijo a su amiga Gabriela, quien le había ofrecido llevarla. Pero cuando la escuchó desganada le contestó un “no vayas, Chimuela. Mejor nos ponemos a platicar, a jugar lotería”.
En el barrio Verónica Picos Bastidas era muy conocida y querida: convivían horas en las banquetas, en los patios de las casas, en los pasillos de esos andadores. Pero esa tarde algo había en esa despedida, en las angostas calles del Infonavit Barrancos, en esa Coca Cola helada, con hielo, que se tomó y que le provocó un ligero dolor de pecho.
Un asomo de despedida, quizá. La misma despedida que percibió ese niño de dos años que tanto la buscaba, hijo de una de sus mejores amigas, Gabriela, que los acompañó cuando le dieron raite aquel martes fatídico.
Allá, frente a la tienda, por la Hidalgo, entre Carrasco y Obregón, el niño se le prendió de sus brazos y le dijo que no lo dejara. Lloró, hizo berrinche. No la soltaba. Verónica le pidió un beso y lo soltó cariñosamente con un “mañana nos vemos”.
Antes, en el barrio, se tomó una Coca Cola escarchada. “¡Ah!, es como si fuera mi última Coca, como si me fuera a morir”, cuentan que dijo Verónica Picos Bastidas, de apenas 22 años, esa joven que dejó la escuela para trabajar en Coppel y ayudar a sus padres, que tenían eternos problemas económicos.
Humo y llamadas perdidas
Verónica era noble, buena muchacha. Dos meses atrás había terminado con su novio. Pero a los pocos días lo llamó varias veces por teléfono. Nada. No contestaba. Ya déjalo, le recomendaron. Pero ella, insistente, con las luces de los arbotantes en sus ojos, en esa mirada lánguida, les contestaba que no, que ella quería ver, aunque fuera por una sola vez, a ese, su amor.
Había vivido ahí, por la Municipio Libre, y tenían poco que se habían cambiado a otra casa, una de renta, de un fraccionamiento. Pero ella seguía fiel: era parte de esos andadores, esos barrios, esas casitas como pichoneras, esas mujeres y esos muchachos que se arremolinaban con ella al saber de su paso y su presencia.
Su también amiga Laura Elena, hermana de Gabi, contó llorando que su hija Muñeca recibió una llamada a su teléfono celular. Estaba en vibrador así que no lo escuchó. Cuando vio la pantalla dijo “qué raro, una llamada de Verónica”. Le regresó la llamada pero pareció que en lugar de contestar, la Chimuela aplastó por accidente el botón rojo del aparato.
Después la joven le llamó a Gabi: “Hay mucho humo, se está quemando la tienda, háblale a los Bomberos… nos estamos quemando, ya no aguanto, me voy a morir”.
Gabi trató de calmarla. Le dijo “aguanta Vero, ya van los Bomberos”. Pero ella insistió en su destino trágico, que ya se le presentaba, con rostro de calor de infierno y densa humareda: “Ya no aguanto, Gabi, ya no voy a salir de aquí… dile a mi mamá que la amo”.
Su amiga le respondió que no hablara, que no gastara energías, y le aconsejó que envolviera su rostro en una cobija para que respirara mejor. Y entonces se cortó la llamada.
Espantada, Gabi avisó a su hermana Laura y ellos a otros familiares, y empezaron a llamar a los Bomberos, la Cruz Roja y la Policía, cuyos operadores les contestaban que ya estaban en el lugar, trabajando.
El corazón avisa
Sentada, llorando, regando el suelo y compartiendo el duelo, Laura está con cuatro vecinas. El rincón de la José Limón, afuera de la casa de una de ellas, tiene una luz que no ilumina. No quiere hablar para no abrir de nuevo las cavidades acuosas de sus ojos.
Recordó que Verónica se quejó de dolor de pecho después de devorar esa Coca Cola: “Me duele el pecho, como cuando presiento algo. ¿No será la presión?”, se preguntó ella misma. Y respondió con un no cuando Laura se ofreció para llevarla al doctor.
Y luego le dijo, apesadumbrada, “me va a tocar trabajar en la tienda que más miedo me da”, dijo. Explicó que esa tienda se quedaba sola, como la calle, la Hidalgo, el centro de la ciudad.
“Y ahí quedó: donde menos quería”, contó Laura. Cuando sacaron los cadáveres la vieron de lejos, arropada por esa cobija. De cerca identificaron su collar.
Esa noche, esa madrugada, querían que se extraviara. No querían encontrarla. Localizarla era saberla muerta. No ubicarla era sentirla, escuchar sus latidos en ese pecho galopante. Pero no, estaba entre las seis asfixiadas, calcinadas, colmadas de hollín. La encontraron envuelta en sus esperanzas, las que quiso inyectarle su amiga Gabi por teléfono cuando le anunció su muerte y repartió los “te amo”.
Lo que no encontraron fue la pantunfla que el hijo de Gabi dejó cuando le lloró para que no se fuera, ahí, en la banqueta, en los pasillos de la tienda Coppel, ya calcinada.
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