nuestro lugar en el mundo.
El frágil corazón de Néstor Carlos Kirchner no se detuvo en el sosiego del retiro, sino en el ojo del vendaval político argentino, en momentos en que el establishment financiero y mediático, actuando como verdadero estado mayor de la oposición política, hostiga hasta el paroxismo al gobierno que hoy encabeza su esposa y compañera de siempre.
El último discurso de Kirchner, la semana pasada en un remoto pueblo de la vasta pampa llamado Lamadrid, se contrapuso con las afirmaciones insidiosas de los medios, que inventaron el mito de un hombre usualmente crispado y ganado por la ira: su arenga postrera fue un llamado a la convivencia democrática, con invocaciones al amor y la concordia. Premonitorio, aquel discurso concluyó con una mención que, evocada hoy, impresiona: parafraseando, sin mencionar a Salvador Allende, convocó a recorrer juntos las alamedas de la patria
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Arribado al gobierno con un módico respaldo, tras la crisis que hizo descender a Argentina al infierno de la recesión más grave de su historia y las sucesivas defecciones de los presidentes Fernando de la Rúa, primero, y Eduardo Duhalde, después, Kirchner sorprendió inmediatamente por el giro progresista que impuso a su gestión, que incluyó la renovación de la desprestigiada Corte Suprema, la anulación del perdón a los responsables del terrorismo de Estado, la restauración de la legislación laboral y la recuperación de la soberanía económica del país, desatando todos los lazos de sumisión con el Fondo Monetario Internacional y demás organismos financieros mundiales.
Aunque la radicalidad de sus medidas no produjo una reacción inmediata de la derecha, sumida en la estupefacción y el descrédito público, ésta sí se manifestó beligerantemente al asumir Cristina la continuidad del proceso de cambios, en 2007. Vapuleado por los medios hegemónicos por su rol de supuesto manipulador político desde las sombras, Kirchner no dejó la acción ni un minuto y se convirtió en el organizador de la resistencia al embate reaccionario iniciado en junio de 2008, cuando la gran burguesía agraria se negó a distribuir impositivamente sus rentas extraordinarias, logrando el apoyo de la vasta clase media, confundida por el discurso amañado de los monopolios de la comunicación.
Tras ese traumático episodio, que operó como verdadero parteaguas y desató una inusitada ofensiva de medidas reformistas de la presidenta –restatización de la aerolínea de bandera, recuperación del sistema previsional, asignación universal por hijo y sanción del matrimonio igualitario, entre otras–, Kirchner redobló su actividad política.
Ajeno a las interesadas demandas del poder hegemónico que lo urgía a apartarse de la vida pública, el ex presidente no sólo desatendió ese reclamo, sino que intensificó su impetuosa actividad, aceptando la presidencia del partido peronista, convertido en columna vertebral del apoyo al gobierno; una banca en la Cámara de Diputados y, además, la secretaría general de la Unasur. En ese último carácter, fue protagonista principal de impactantes episodios, como la negociación con la guerrilla colombiana para el rescate de los secuestrados en la selva, los conflictos entre Bogotá y Quito, y entre Caracas y Bogotá, el terremoto en Haití y, últimamente, la articulación de la resistencia continental al golpe contra el presidente Rafael Correa.
Obsesionado porque la política de redistribución no se limite al ingreso, su último embate fue para que ésta incluya también los bienes simbólicos. Así, su acción fue esencial en la sanción de la ley de democratización de la comunicación audiovisual, que los grupos mediáticos concentrados vienen resistiendo desde entonces, apelando a todo tipo de ardides judiciales.
Si hay que enunciar en un párrafo su mensaje póstumo, podemos recordar las palabras que dijera hace muy poco, en una actividad del Foro Social Mundial que sesionó en Buenos Aires. Allí convocó, para el pasmo de alguno, a dejar de ser políticamente correcto, a ser transgresores y a exigir del gobierno cada vez más
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La desaparición de Kirchner, cuya revalorización como el más progresista de los presidentes argentinos del último medio siglo probablemente no tardará en generalizarse, abre una etapa de natural incertidumbre. Sin embargo, la firme personalidad de la presidenta Cristina Fernández, su entereza cívica, su trayectoria y perfil político, y el hecho de que las medidas de gobierno más avanzadas fueron tomadas precisamente durante su mandato, permiten alentar la esperanza cierta de que el proceso de reformas progresistas que vive Argentina seguirá adelante y las pretensiones de restauración conservadora no pasarán.
* Oscar González*: Dirigente socialista argentino, secretario de Relaciones Parlamentarias de la Jefatura de Gabinete de Ministros.
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