Yo digo que el bato se dejó ver apenas prendimos el carrujo.
Otros cuentan que cayó junto con el meteorito que sacudió
la sierra. Y los mitoteros que nunca faltan juran habérselo
encontrado en el estadio Azteca, durante el concierto de
U2. Bono, que huyó de México con un cuerno de chivo en
bandolera y una playera de la Santa Muerte comprada en la
colonia Buenos Aires, ha dicho que todo es una estupidez
porque si eso fuera cierto, si hubiera estado ahí, seguro lo
hubiera invitado al escenario para cantar a dúo esa de One.
Lo que hasta ahora nadie se ha atrevido a negar es que, allá
por los primeros días de mayo de 2010, Jesús Malverde se
apareció en el corazón del Triángulo Dorado.
Isidro Fuentes, el viejo capataz que todavía vigila la
chulada de siembra, fue el primero en divisarlo monte abajo.
Intentó echarse una platicada, preguntarle si venía con
los de la cessna cargada que acababa de aterrizar. El compa,
sin embargo, se esfumó entre las piedras. “Le juro que traía
la chaquetilla blanca, el paliacate amarrado al buche y un
bigotón de ésos que arañan”, le diría, con cierto azoro, Isidro
a don Lupe Mendoza, uno de los chacas del triángulo.
–Pinchi pariente, ¿pos no que ya no fumabas esa madre?
Ya te dejó todo soliloco.
–Ya no le hago a eso, patrón.
–Nomás han de ser tus nervios.
Isidro insistió y convenció a don Lupe, después de contarle
que llevaba meses sin drogarse porque estaba jurado
y nomás pisteaba los viernes.
–Está bueno, nomás porque me gusta tu carnala te voy
a hacer caso; dile a la gente que lo busque, no vaiga siendo
de la DEA –ordenó el narco y sobó su anillo del tamaño de
una uva.
A la mañana siguiente, el 3 de mayo, los sicarios de don
Lupe capturaron a un extraño en los campos de amapola.
Emilio Insunza, mejor conocido en el mundo del sicariato
como Pistolón Aceitado, le dijo a don Lupe con su voz trapajosa:
“La verdá, yo creí que era el Pedrito Infante, patrón;
él dice que es Malverde, que viene a verlo a usté pa hablar de
hombre a hombre”. Y aventó al tipo a los pies del narco. “Se
puso rejego”, dijo el gatillero para justificar la golpiza que le
habían dado.
Don Lupe lo escudriñó. Le vio la alzada y los ademanes.
“Igualito a como decía mi amá, pensó, nomás que todo madreado”.
Luego, como si de su boca saliera una bala .38, le
soltó frente al rostro:
–¿Quién chingaos eres?
–Soy Jesús Juárez Maza y los creyentes como tú me llaman
Malverde –respondió con tono de quien ha ensayado
el discurso.
Por un momento don Lupe quiso terrenearlo ahí mismo
por hocicón. El problema de don Lupe es que siempre
ha sido un hombre que busca darle sentido a lo que no tiene;
las supersticiones no lo dejan pensar y se olvida de las bravuconadas.
Entonces, con la voz de un sacerdote aburrido en misa
de ocho, el capo le dijo a su extraño visitante:
–Al santo patrono lo mataron el 3 de mayo de 1909,
compa; creo que lo tuyo nomás es puro salivero.
El tal Malverde escupió medio pulmón y luego habló.
–Don Lupe: usted ha de decir que me la ando bañando
con mi regreso a este mundo después de más de 100 años,
pero déme el beneficio de la duda; hasta donde sé, usted es
inteligente; sí, sí, incapaz de sortear la soledad y fanfarrón
como todos, pero inteligente, de esos cabrones que saben
cómo corromper a Dios.
El capo se tumbó sobre el sillón rojo, el reclinable.
–¿Y a qué se supones que viniste? –preguntó el narco
con el dedo metido en la nariz, sin remordimiento alguno.
–A darle orden a todo el desmadre, hay mucha matazón
a lo puro loco y Dios anda encabronado –dijo el hombre del
bigotón–. No sabe por qué el crimen organizado se desorganizó.
–La neta no te creo, pariente.
–Don Lupe: ¿cree que correría el riesgo de venir nomás
pa que me tire bala? Yo estaba a toda madre haciendo milagritos
como pa venir a echarme una vuelta por acá.
Como suele hacer cuando tiene dudas, el narco se talló
los ojos. Luego lanzó:
–¿Y yo qué gano con oírte?
–Ser el narco más pesado, el number one, el que puede
festejar el bicentenario teniendo el control de todo el tráfico.
Los colombianos, los italianos, los rusos, el Vaticano y
hasta los marcianos lo llamarían don Lupe Corleone. Mire,
le propongo algo: escúcheme y, ya si luego quiere, me mata.
Don Lupe aceptó la propuesta, pero puso como condición
que estuvieran presentes Domiro Gastélum y Pantaleón Pacheco,
los otros narcos fuertes de la región. Mientras llegaron,
el supuesto Malverde se puso a contarle a don Lupe pasajes
nunca aclarados del mito del santo patrono: que sí, que
vivió con dos monjas, pero era mentira que se hubiera acostado
con ellas –“yo no soy ingrato, pariente”–. Le dijo que no
fue albañil sino chalán en el tendido de la vía del ferrocarril;
que después de que su madre se murió de hambre, se dedicó
a robar a los Martínez Castro, a los Redo, a los De la Rocha
y a los Fernández, pero eso sólo fue pa emparejar las clases
sociales. Y también, que su arresto no fue una traición.
“La verdad, don Lupe, me dieron en una balacera con
la policía; eso me gangrenó la pata izquierda, y como no la
iba a librar, le pedí a un compa que me entregara y cobrara
la recompensa pa repartirla entre los pobres; ya luego el
gobernador me mandó a colgar de un árbol y ahí fue donde
hablé con Dios…”.
Pantaleón y Domiro arribaron al atardecer en uno de los
helicópteros que compraron en Texas al ejército gringo. El
primero se carcajeó al escuchar la historia del tal Malverde
–“¿Pa esto nos hicistes venir desde relejos? Pinchi Lupillo,
neta que ora sí ya no vamos a cruzar tu yerba”–, y Pantaleón
se acabó el cigarro de una forma muy violenta.
Domiro, sin embargo, sugirió que nada perdían con escuchar
al bato.
–Total, ya me sacaron de la cama, ora me hacen pasar
un buen rato –dijo y se quitó los RayBan que le cubrían medio
rostro–. ¡Empieza pues, que no tenemos tu tiempo!
La dizque ánima habló:
–Nomás no se vayan a agüitar, ¿eh?
Pantaleón sacó la Beretta y dijo: “Tampoco te vayas a
pasar de listo, pendejo”.
–¡Guarda esa madre, loco! –intervino Domiro–. Deja
que nos diga y luego vemos cómo le damos piso.
–Bueno, ái les voy: pa empezar, qué tonteras son esas de
andar decapitando a la gente, ¿pos qué quieren demostrar?;
los valientes, porque esta es tierra de valientes, no mutilan
al rival, le dan un pinchi tiro y ya, así como nos enseñaron
los abuelos.
Pantaleón volvió a sacar el arma y esta vez sí encañonó
al bato.
–Si le vas a tirar, tírale de una vez, nomás al rato no te
vayas a arrepentir –dijo don Lupe.
Pantaleón bajó la nueve milímetros. El tal Malverde rellenó
el silencio: “Les decía: ustedes y sus sicarios son muy
necios, a fuerza quieren tasajear a los muertos, como si eso
los hiciera más hombres; no, parientes, así no es el rollo; ya
ven: ora me entero que en Michoacán, tierra del generalísimo
Calderón, las funerarias dejaron de hacer el cajón completo;
ora hacen unas cajillas donde nomás caben las cabezas
porque el cuerpo jamás aparece; chale, ¿no les dijeron
que el muerto merece irse completo?”.
Los tres capos se miraron entre ellos. Siguieron escuchando:
“Eso es lo único que le agradezco a Pancho Cañedo,
el gobernador que me mandó a ahorcar: no me cortó ni
una uña, dejó que me fuera completo; sin tumba, sí, pero no
en pedazos; yo les aseguro que el Pancho Villa debe andarse
revolcando en la tierra porque a él sí lo descabezaron; la
bronca es que nosotros no somos gringos ni somos Charles
Manson ni estamos tarugos; somos mexicanos, nos creemos
Los Tigres del Norte y nos las rifamos bien chilo”.
Don Lupe se sirvió un whisky 18 años. Domiro y Pantaleón
abrieron unas Pacífico y esnifaron un par de rayas.
Volvieron a escuchar como si al final debieran presentar
examen:
–Por eso me agüita ver desde allá arriba cómo se la pasan
regando cabezas. No, batos, así no es la cosa. Miren: en
mis tiempos lo único que se veía eran colgados, ¡pero no en
los puentes! ¡No se la bañen! ¿Eso pa qué sirve? ¿Pa qué los
cuelgan bichis, pa qué les cortan los testículos y se los embuten
en la boca a los muertitos? De veras que no entiendo
tanta violencia; neta que tiene toda la razón don Miguel
Ángel Félix Gallardo cuando dice que los narcos de antes no
mataban ni robaban.
–¡Sí mataban! –brincó Pantaleón, exigiendo la verdad
histórica.
–Pues sí, pero sólo a quien lo merecía, ellos no andaban
rafagueando restoranes ni mataban en funerales ni secuestraban,
ni andaban paseando muertitos de un estado
a otro pa aventarlos al basurero. Ya, en serio, explíquenme
por qué hay que ir a sacar de un centro de rehabilitación a
unos pinchis drogos pa fusilarlos; esos jaipos ya eran unos
moribundos. Y a ver: ¿qué es eso de disolver en ácido a los
cadáveres? ¿Nunca les dijeron que todos los muertos deben
volver a casa? Hay que velarlos, despedirlos como quieren
que los despidan a ustedes.
–Es que hay algunos que se lo merecen –dijo Pantaleón
y citó a los malos pagadores, a los policías que se cambian
de bando y a los traidores.
–Y está bien, la bronca es que ustedes creen que todos
son traidores y no distinguen.
–Conmigo nomás mueren los que deben morir –se excusó
Domiro.
–Yo sí le he exagerado, pero porque los otros empezaron
–se sinceró don Lupe.
–¡Señores! Ese es su problema: estar divididos; no se
conviertan en partido político, no se maten unos a otros;
hay que echarle cabeza; los dólares están allá, con los gringos,
a ellos hay que mirar; ¡imagínense un día sin drogas
en los Unaites! Se colapsa Wall Street, todas las bolsas del
mundo caen, el gobierno gringo vendría a llorarles sangre,
y en una de ésas hasta les regalan Puerto Rico, pero, bueno,
eso ustedes ya lo saben, yo les estaba diciendo que esto
es una matadera a lo bestia, que esta moda que se traen ha
acarreado que los medios inventen palabras como ejecutómetro,
que los brutos guachos salgan a las calles, o que
en las hieleras del Oxxo guarden cabezas; no, parientes: las
hieleras son pal camarón o las chelas. ¿Ustedes creen que es
bonito ver en yutub cómo le vuelan los sesos a un gordo en
calzones? ¿Creen que a la plebada le gusta leer sus pinchis
amenazas que escriben en esos blogs de narquillos? ¿Creen
que le están haciendo un bien a la música cuando pagan pa
que les canten y ensalcen su sangre fría? ¿Creen que no da
miedo eso de los entambados, encobijados y los enteipados?
Sé que duele que el gobierno no respete cuando a uno
de ustedes lo matan; eso de mostrarlos cubiertos de billetes
ofende a cualquiera, pero no hagan tanto barullo, ya estamos
peor que en las calles de Puerto Príncipe.
–¡Los que andan con eso de los entambados son los
contras! –dijo Domiro–; a nuestros sicarios les da güeva ir
a comprar tambos y cemento.
–Haiga sido como haiga sido, la neta nomás están poniendo
a la raza en su contra. ¿No aprendieron de mi historia?
Sí, fui ladrón, valiente y enamorado, pero no matón;
por eso me gané a la gente; ustedes ven cómo cada 24 de
diciembre, en mi cumpleaños, o días como hoy, el de mi
muerte, la raza va a mi capilla en Culiacán a llevarme la
banda; hace filas y filas; ni San Juditas haría que los paralíticos
caminaran.
–¿Y qué deberíamos hacer? –preguntó don Lupe, resignado.
–Ser mafia fina; dejen de creer que son peor que Al Capone
o Tony Montana y pónganse a hacer lo que mejor hacen:
traficar; vuelvan locos a los pinchis gringos, déjenlos
idiotas pa luego ir a recuperar lo que nos robaron; díganles a
sus matones que dejen de subir torturas y angustias al yutub,
que ya no escriban mensajitos al lado de los muertitos,
mejor mándenlos a que aprendan a leer y escribir; díganles
que dejen de secuestrar, eso hasta al Diablo asusta; díganles
que si van a seguir matando, con una bala basta.
El tal Malverde, entonces, se paró frente a don Lupe y
le dijo:
–Si quiere ahora puede matarme.
El narco, atolondrado, no supo qué hacer. Domiro se
persignó y alcanzó a decir: “Este bato sí es el santo patrono,
¡a ver, tráiganle un bucanitas!”. Pantaleón también sintió
cierta culpa por como había tratado a Malverde y juró traerle
la mejor mota del triángulo en compensación.
Al poco rato, cuando aquello había derivado en un fiestón,
Pistolón Aceitado entró como un ventarrón.
–Jefe: allá afuera lo buscan –dijo con la luz de la torreta
golpeándole el rostro.
–¿Es la policía?
–No.
Don Lupe salió. Afuera, una linda enfermera le dijo que
desde hacía varios días andaban buscando a un cabrón que
se había escapado del siquiátrico y que, para más señas,
se creía Malverde. Don Lupe entró hecho una fiera con la
.38 corta desenfundada. ¿Dónde está ese pinchi mitotero?
Pantaleón y Domiro también sacaron sus armas. “Está en
el baño”.
Abrieron la puerta a balazos, pero el tipo se había escapado
por la ventana. Sólo vieron la infinita soledad de la
montaña.
Hay gente que anda soltando la leyenda de que lo han
visto paseándose en Tijuana, que a todos les dice que es
Juan Soldado. Yo lo vi en el Foro Tecate de Culiacán. Por eso
sé la historia. El bato y yo estábamos fumándonos un churro
mientras le informaban que había ganado el concurso
para encontrar al doble del Chalino Sánchez. Neta que canta
bien la de Nieves de enero.
Por Alejandro Almazán*
Revista emequis
* Periodista, colaborador de este semanario.
La editorial Mondadori publicó recientemente
su primera novela, Entreperros.
* Periodista, colaborador de este semanario.
La editorial Mondadori publicó recientemente
su primera novela, Entreperros.
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