Tlaskamati

sábado, 29 de enero de 2011

EGIPTO, De lágrimas somos


Antes de que Egipto fuera Egipto, el sol creó el cielo y las aves que lo vuelan y creó el río Nilo y los peces que lo andan y dio vida verde a sus negras orillas, que se poblaron de plantas y de animales. Entonces el sol, el hacedor de la vida, se sentó a contemplar su obra. El sol sintió la profunda respiración del mundo recién nacido, que se abría ante sus ojos, y escuchó sus primeras voces. Tanta hermosura dolía. Las lágrimas del sol cayeron en tierra y se hicieron barro. Y ese barro se hizo gente.

NILO

El Nilo obedecía al faraón. Era él quien abría paso a las inundaciones que devolvían a Egipto, año tras año, su fertilidad asombrosa. Después de la muerte, también: cuando el primer rayo del sol se colaba por una rendija en la tumba del faraón, y le encendía la cara, la tierra daba tres cosechas. Así era. Ya no. De los siete brazos del delta, quedan dos, y de los ciclos sagrados de la fertilidad, que ya no son ciclos ni son sagrados, solamente quedan los antiguos himnos de alabanza al río más largo del mundo: Tú apagas la sed de todos los rebaños. Tú bebes las lágrimas de todos los ojos. ¡Levántate, Nilo, que tu voz retumbe! ¡Que se escuche tu voz!

Espejos
Eduardo Galeano.

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