En ocasiones como ésta, se antoja preguntar qué queda vivo y qué ha muerto de una obra. Pero en vez de debatir qué sigue vigente o qué está obsoleto de Kapuscinski, sería más provechoso ver cómo nosotros aparecemos a la luz de su mirada. En el caso de Cristo..., que resulta ser el libro más latinoamericano del cronista polaco (cinco textos del tomo están dedicados a los países de la región, cuatro a Palestina y uno a Mozambique) se trataría de pensar, por ejemplo, cómo aparecería hoy América Latina ante sus ojos.
Zygmunt Bauman, un renombrado sociólogo polaco, en un reciente ensayo dedicado a Kapuscinski (y a la biografía de él escrita por Artur Domoslawski titulada Kapuscinski Non-fiction, que salió en Polonia el mes de marzo) apuntaba que el Kapu tenía una mirada más aguda que la inmensa mayoría de los marineros que atraviesan los océanos y traía de sus viajes una cosecha incomparablemente mayor que ellos. Sabía también, como pocos, contar lo que había visto– de manera colorida pero contundente, llamando la atención del lector desde la primera frase y manteniéndola amarrada hasta el último punto.
A pesar de su ausencia –el escritor falleció en enero de 2007–, gracias a libros como éste, su mirada nos sigue acompañando; sus amarres nos siguen atando.
El texto más amplio del tomo –“Por qué murió Karl von Spreti”–, dedicado a Guatemala, es en realidad el único texto largo que Kapuscinski escribió en caliente durante su vivencia en México como corresponsal de la Agencia Polaca de Prensa (PAP) para América Latina (1968-1972). No es un reportaje, más bien es un ensayo, un texto publicista escrito “a contrapelo” de la prensa de la época, donde el autor defendía en parte las razones de los guerrilleros de las FAR, que han secuestrado y ejecutado al conde Von Spreti, un diplomático alemán, en marzo de 1970.
Publicado como libro originalmente en Polonia, en el mismo año, bajo el título ¿Por que murió Karl von Spreti?, luego recortado y titulado La muerte del embajador, formó parte de Cristo... Sin embargo, anagrama optó por rescatar la versión de 1970. De hecho, precisamente cuando Cristo... aparecía en España, en Polonia se publicó una reedición de ¿Por qué..., con base en un manuscrito encontrado en el estudio del escritor, con las notas de mano.
De los demás textos latinoamericanos del tomo, el que da título al libro habla de Bolivia, un país atrapado en aquel entonces entre los fracasados intentos de llevar a cabo una guerra de liberación y golpes de Estado militares; otro, el más lapidario– “Victoriano Gómez ante las cámaras de televisión”– es una impresión acerca de la ejecución de un guerrillero salvadoreño. “El hombre teme a otro hombre” está dedicado a la isla de Santo Domingo (compartida por Haití y República Dominicana), cuyos habitantes, como apuntaba el Kapu “pertenecen a las comunidades más desdichadas de la tierra”, observación que desgraciadamente cobró validez con el terremoto de enero pasado. Y finalmente “Guevara y Allende”, donde el autor confronta posturas y dilemas de ambos personajes tan diferentes, para darle razón a los dos.
En este tomo bien podría caber también “La guerra del futbol”, la crónica de la guerra entre El Salvador y Honduras en 1969 en las vísperas del Mundial de 1970 en México; no obstante, el texto fue escrito a finales de 1974, para luego darle título y formar parte del siguiente tomo de reportajes (1978).
ERRARE HUMANUM...
La publicación del Cristo... en castellano coincide tanto con la reedición en Polonia del cuento sobre Guatemala, como con la aparición de la citada biografía Kapuscinski Non-fiction. Resulta que este último libro arroja también un poco de luz al presente tomo: se trata del tema de las imprecisiones en los reportajes del Kapu.
Lejos de acusar a Kapuscinski de “errores del contenido”, lo que el biógrafo hace al comprobar algunas fabulaciones (para no buscar lejos, por ejemplo, en el texto sobre Bolivia) es, más bien, abrir un debate acerca de los límites de la creación literaria en periodismo. Aunque Domoslawski, un discípulo de Kapuscinski, descubre que el autor del El emperador (un libro sobre Etiopía post Haile Selasie que nota bene es un caso ejemplar de la mezcla entre la historia y ficción) había fabulado también algunos capítulos de su vida, ayudando a crear su leyenda, eso no significa que mentía en sus libros. Más que un simple reportero, el Kapu ha sido un analista, fabulador y contador de historias.
Para él lo más importante era la impresión y la parábola: no es que pasara por alto los hechos (aunque es muy llamativo que no le gustaba hacer entrevistas), más bien prefería captar la atmósfera, para luego, a través de ella, transmitir lo que había vivido. A menudo usaba la expresión intensificar la realidad: añadía o modificaba algún elemento para contar lo esencial sobre ella; parece que fue su manera de agudizar aún más la mirada (dicho esto, queda abierta una pregunta: ¿hasta dónde los reporteros pueden “mejorar la realidad” para obtener el efecto deseado?)
Aunque Kapuscinski no ha sido de todo claro cuando incursionaba en el campo de la literatura, un lector puede captar estos momentos “intensos” de clara intención estética; a menudo son los mismos de los que habla Bauman, que lo tienen amarrado hasta el final. Quizás sería complicado llamar “periodísticas” a buena parte de sus historias, pero en la mayoría de casos son una gran prosa.
Algo parecido le sucedía a Curzio Malaparte: su Kaputt sólo a primera vista parece ser un reportaje de un corresponsal de guerra; en realidad, como apunta Milan Kundera, “es una obra literaria cuya intención estética es tan fuerte, tan manifiesta que un lector sensible lo excluye espontáneamente del contexto de los testimonios que han aportado los historiadores” (Milan Kundera en Un encuentro).
Kundera subraya que en La piel, otro libro de Mala-parte, el corresponsal deja por completo el campo reservado para los periodistas, para convertirse en un poeta. Antes de convertirse en reportero, Kapuscinski debutó en los años cincuenta como poeta. No había publicado mucho, pero hacía poesía en otras de sus obras, elevando el reportaje al nivel de la gran literatura. Además vivía en otros tiempos: no se viajaba con tanta facilidad como ahora, no había internet para sacar o corroborar la información, ni e-mail para volver a consultar a sus informadores. Ocupado diariamente en redactar notas para la agencia, o en escribir textos para la prensa, escribía sus reportajes más extensos con años de retraso.
Algo parecido ocurre con el texto sobre Guatemala, siendo éste mucho más seco que La guerra... y basado más en los materiales de la época. Cuando se mostró a César Montes, ex comandante de las FAR (mencionado en el texto como un veintiochoañero que pasaba al mando de la guerrilla, ahora ya de sesenta y ocho años), después de haberlo leído me dijo: “No ha sido exactamente así, pero todo está escrito y explicado de manera tan bella.” ¿No es esa la mejor reseña que se le puede hacer a un escritor? Ojo: un escritor.
La figura del “Cristo con un fusil” expone un tema de sacrificio y simboliza a un ser humano que lucha por la dignidad. En los textos contenidos en el presente tomo, este símbolo está encarnado en la figura de un rebelde con una firme convicción ética.
Kapuscinski había tomado esta referencia de un cuadro de un pintor argentino, Carlos Alonso, pensando que éste se inspiraba en Ernesto Che Guevara; en realidad, el prototipo de la figura de “Cristo con un fusil” ha sido Camilo Torres, un cura colombiano que trabajó con los obreros y se fue con la guerrilla, convirtiéndose en un referente simbólico de la Teología de la Liberación.
El autor polaco nunca se había interesado de manera particular en ella, pero su visión del mundo, su mensaje ético y político y su empatía con los excluidos concordaban mucho con los teólogos socialmente comprometidos (de hecho, uno de sus personajes favoritos ha sido el arzobispo Hélder Cámara). En este sentido es muy llamativo que el Premio Príncipe de Asturias 2003 le haya sido concedido junto con el fundador de esta corriente teológica, el cura Gustavo Gutiérrez.
“Un fusil en el hombro” es también un símbolo del compromiso político, que el mismo Kapu aplicaba al oficio del periodismo. Decía que el periodista no puede ser sólo un espectador indiferente; decía que no creía en un periodismo “objetivo”, que éste llevaba a una desinformación y que ante un conflicto había que declararse por alguno de los lados y comprometerse.
En el mismo año 1975, Kapuscinski dio a entender cómo concebía este tipo de compromiso: cuando andaba de reportero en Angola (fruto de esta experiencia han sido el libro Un día más con vida, así como un texto en La guerra del futbol), después de haber visto lo que hacían los colonizadores y mercenarios blancos en este país, no sólo sirvió de traductor para los consejeros soviéticos que respaldaban a los insurrectos angoleños, ni se restringía a difundir información con valor estratégico para la guerra (sobre el arribo de las tropas cubanas), sino que también, mientras acompañaba a un destacamento de MPLA, llevaba un fusil. Y lo utilizaba.
En el Cristo... podemos ver también un germen temprano del libro nunca escrito sobre América Latina. Kapuscinski lo anunció varias veces; iba a ser una suerte de Ébano latinoamericano.
Es probable que, si pudiera mirar hoy la región, le resultaría muy familiar: las razones del golpe de Estado en Honduras el año pasado no han sido muy diferentes de las que denunció detrás de la Guerra del futbol (los intereses de la oligarquía). A pesar de otra coyuntura política y del cambio de retórica, no ha cambiado el papel de Estados Unidos, como se demostró en el caso de la misma Honduras o de Haití.
Podríamos preguntarnos: ¿que tipo de protagonista usaría el Kapu para contarnos su historia de la América Latina de hoy? ¿Un indígena con pasamontañas con un fusil de madera? ¿Qué figuras tomaría para analizar las presentes disyuntivas políticas? ¿Preguntaría “Chávez o Morales”? o tal vez ¿“Morales o los zapatistas”?
En Polonia a nadie le interesa analizar estos dilemas; no porque tienen que ver con otras realidades, sino porque representan proyectos políticos que no tienen cabida en un país donde predomina un anticomunismo tardío que censura todas las expresiones de izquierda.
En este sentido, Kapuscinski parece tener más acogida entre los lectores de América Latina que entre los de su país natal, donde, luego de haberlo convertido en monumento, se dejó de escuchar su verdadero mensaje político. No es casualidad que aquí –y no en Polonia– estuvo dando sus talleres de periodismo: sus adeptos latinoamericanos parecían entender mejor su mensaje ético, compartían su empatía y el sentido del compromiso del que hablaba. Un buen reflejo de esto es la historia del mismo Cristo...: este libro ha tenido la dudosa suerte de ser la única obra de Kapu que no ha sido reeditada en Polonia después de 1989: su enfoque y lenguaje liberacionista no concordaban con los nuevos tiempos y con el common sense neoliberal.
Cuando Gazeta Wyborcza, el periódico con el que estuvo vinculado el Kapu, publicó, después de su muerte, las obras escogidas, pretendiendo establecer un canon para leerlo, el Cristo... quedó fuera de la antología: seguía siendo un libro incómodo, incluso dieciocho años después de la caída del campo socialista; sólo su fiel editorial Czytelnik ha sacado una nueva edición, que al mismo tiempo es la primera en Polonia desde 1987.
Ahora, finalmente El Cristo con un fusil al hombro está disponible a los lectores hispanohablantes; parece como si desde el principio estuviera escrito para ellos.
P. D. Para ser rigurosos, en la portada del libro no aparece el colombiano Camilo Torres (como asegura la editorial), sino Camilo Cienfuegos, el revolucionario cubano. De todos modos, a Kapuscinski le hubiera gustado.
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