Fotos: El trono
Ciudad de México, Palacio Nacional, diciembre de 1914. El campo, alzado en revolución, invade el planeta urbano. El norte y el sur, Pancho Villa y Emiliano Zapata, conquistan la ciudad de México.
Mientras sus soldados, perdidos como ciego en tiroteo, dan vueltas por las calles pidiendo comida y esquivando máquinas jamás vistas, Villa y Zapata entran al palacio de gobierno.
Y Villa ofrece a Zapata la dorada silla presidencial. Zapata no la acepta. —Deberíamos quemarla —dice—. Está embrujada. Cuando un hombre bueno se sienta aquí, se vuelve malo. Villa se ríe, como si fuera chiste, desparrama sobre la silla su grande humanidad y posa ante la cámara de Agustín Víctor Casasola. A su lado, Zapata se ve ajeno, ausente, pero mira la cámara como si disparara balas, no flashes, y con los ojos dice: —Lindo lugar para irse.
Y al rato nomás, el jefe del sur se vuelve al pueblo de Anenecuilco, su cuna, su santuario, para seguir rescatando, desde allá, las tierras robadas. Villa no demora en imitarlo: —Este rancho está muy grande para nosotros.
Los que después se sientan en la codiciada silla, la de los dorados oropeles, presiden las matanzas que restablecen el orden. Zapata y Villa caen, asesinados a traición.
Eduardo Galeano Espejos. Una historia casi universal
Ciudad de México, Palacio Nacional, diciembre de 1914. El campo, alzado en revolución, invade el planeta urbano. El norte y el sur, Pancho Villa y Emiliano Zapata, conquistan la ciudad de México.
Mientras sus soldados, perdidos como ciego en tiroteo, dan vueltas por las calles pidiendo comida y esquivando máquinas jamás vistas, Villa y Zapata entran al palacio de gobierno.
Y Villa ofrece a Zapata la dorada silla presidencial. Zapata no la acepta. —Deberíamos quemarla —dice—. Está embrujada. Cuando un hombre bueno se sienta aquí, se vuelve malo. Villa se ríe, como si fuera chiste, desparrama sobre la silla su grande humanidad y posa ante la cámara de Agustín Víctor Casasola. A su lado, Zapata se ve ajeno, ausente, pero mira la cámara como si disparara balas, no flashes, y con los ojos dice: —Lindo lugar para irse.
Y al rato nomás, el jefe del sur se vuelve al pueblo de Anenecuilco, su cuna, su santuario, para seguir rescatando, desde allá, las tierras robadas. Villa no demora en imitarlo: —Este rancho está muy grande para nosotros.
Los que después se sientan en la codiciada silla, la de los dorados oropeles, presiden las matanzas que restablecen el orden. Zapata y Villa caen, asesinados a traición.
Eduardo Galeano Espejos. Una historia casi universal
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