Tlaskamati

martes, 23 de septiembre de 2008

Romance de la Migajita...

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“! Detente, que está rendida!
¡Eh! ¡Contente, no la mates!”
Y aunque la gente gritaba
Y corría como el aire,
Cuando quiso llegó tarde,
Que estaba la migajita
Revolcándose en su sangre…

Sus largas trenzas en tierra,
Con la muerte al abrazarse,
La miramos de rodillas
Ante el hombre suplicante;
Pero él le dio tres metidas
Y una al sesgo de remache.
De sus labios de claveles
Salen dolientes los ayes,
Se ven entre sus pestañas,
Los ojos al apagarse…
Y el ronco está como piedra
En medio a los sacrificantes,
Que lo atan codo a codo,
Para llevarlo a la cárcel.
…………………….
Ve al hospital migajita,
Vete con los platicantes,
Y atente a la virgen pura
Para que tu alma se salve.
¡Probe casa sin tus brazos!
¡Probecita de tu Madre!
Y quien te lo hubiera dicho?
Tan preciosa como un ángel,
Con tu rebozo de seda,
Con tus sartas de corales,
Con tus zapatos de raso,
Que ibas llenando la calle,
Como guardando tus gracias,
Porque no se derramasen.
El celo alcanzó a matarte,
Que es veneno que hace furias
Las más finas voluntades.
Esto dijo con conciencia
Una siñora ya grande
Que vido del peapa al pepe
Cómo pasó todo el lance.
Y yendo y viniendo días
La migajita preciosa
Fue retoñando en San Pablo
Pero la infeliz era otra,
Está como pan de cera,
Que el aigre la desmorona,
Se le pintan las costillas,
Se alevanta con congoja;
Solo de sus lindos ojos
Llamas de repente brotan.
…..
¡Muerto!...!Dese! A la ventana
La pobre herida se asoma,
Y vio que llevan difunto,
Por otra mano alevosa,
A su Ronco que idolatra,
Que fue su amor y su gloria.

Olvida que está baldada
Y de sus penas se olvida,
Y corre como una loca
Y al muerto se precipita,
Y aúlla de dolor la triste,
Llenándolo de caricias.

Madre, mi Madre (le dice)
-que su Madre la seguía-
Vendan mis aretes de oro,
Mis trastes de loza fina,
Mis dos rebozos de seda,
Y el rebozo de bolita;
Vendan mis tumbagas de oro,
Y de coral la soguilla,
Y mis arracadas grandes,
Guarnecidas con perlitas;
Vendan la cama de fierro,
Y el ropero y las camisas,
Y entierren con lujo a ese hombre
Porque era el bien de mi vida;
Que lo entierren con mi almohada,
Con su funda de estopilla,
Que pienso que su cabeza
Con el palo se lastima.
Que le ardan cirios de cera,
Cuatro, todos de a seis libras;
Que le pongan muchas flores,
Que le digan muchas misas,
Mientras que me arranco el alma
Para hacerle compañía.
Tú ampáralo con tu sombra,
Sálvalo, virgen María:
Que si en esta positura
Me puso, lo merecía:
No porque le diera causa,
Pues era suya mi vida…

Y dando mil alaridos
La infelice migajita,
Se arrancaba los cabellos,
Y aullando se retorcía.
De pronto los gritos cesan,
De pronto se quedó fija:
Se acercan los platicantes
La encuentran sin vida y fría,
Y el silencio se destiende
Convirtiendo en noche el día.
En el panteón de Dolores,
Lejos, en la última fila,
Entre unas cruces de palo
Nuevas o medio podridas,
Hay una cruz levantada
De pulida cantería,
En ella el nombre del Ronco;
“Arizpe José María”
Y al pie, en un montón de tierra,
Medio cubierto de ortigas,
Sin que lo sospeche nadie,
Reposa la migajita,
Flor del barrio de la Palma,
Y envidia de las catrinas.

Guillermo Prieto
… Dedicado para las mujeres y amores arraigados, donde la abnegación y el amor conceptualmente chocan, y sentimentalmente debaten a diario.

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