Tlaskamati

viernes, 18 de junio de 2010

José Saramago, Murió Saramago! Chingao! Quedó muy vacío el tintero…



… Eran las once cuando sonó el timbre de la puerta. Algún vecino con problemas, pensó el violonchelista, y se levantó para abrir. Buenas noches, dijo la mujer del palco, pisando el umbral, Buenas noches, respondió el músico, esforzándose para dominar el pasmo que le contraía la glotis, no me pide que entre?, claro que sí por favor! Se apartó para dejarla pasar, cerró la puerta, todo despacio, lentamente, para que el corazón no le explotara. Con las piernas temblando, la acompañó a la sala de música, con la mano que temblaba le indico el sillón.

Pensé que ya se habría ido, dijo, como ve, decidí quedarme, respondió la mujer, pero partiré mañana, a eso me comprometí. Supongo que ha venido para traerme la carta, que no la ha roto, sí, la tengo en el bolso. Démela, entonces, tenemos tiempo, recuerdo haberle dicho que las prisas son malas consejeras, como quiera, estoy a su disposición, lo dice en serio? Es mi mayor defecto, todo lo digo en serio, incluso cuando hago reír, principalmente cuando hago reír.

En ese caso me atrevo a pedirle un favor. Cual? Compénseme por haber faltado ayer a su concierto, no veo de que manera, ahí tiene su piano. Ni se le ocurra, soy un pianista mediocre, o el violonchelo, eso es otra cosa! Sí, podré tocarle una o dos piezas si se empeña.

Puedo escoger? Preguntó la mujer, sí pero solo lo que esté a mi alcance, dentro de mis posibilidades. La mujer tomó el cuaderno de la suite numero seis de Bach y dijo, esto, es muy larga! Lleva mas de media hora, y ya comienza a ser tarde, le repito que tenemos tiempo, hay un pasaje en el preludio en que tengo dificultades! No importa, sálteselo cuando llegue, dijo la mujer, o ni será preciso, ya se verá que tocará aun mejor que Rostropovich. El violonchelista sonrió, pude tener certeza!

Abrió el cuaderno sobre el atril, respiró hondo, coloco el arco hasta casi rozar las cuerdas y comenzó. De mas sabía que no era Rostropovich, que no pasaba de un solista de orquesta cuando la casualidad del programa lo exigía, pero aquí, ante esta mujer, con su perro echado a sus pies, a esta hora de la noche, rodeado de libros, de cuadernos de música, de partituras, era el propio Johann Sebastián Bach componiendo en Cothen lo que mas tarde seria llamado opus mil doce, obras ellas casi tantas como fueron las de la creación.

El pasaje difícil fue traspasado sin que el se hubiera dado cuenta de la proeza que había cometido, manos felices hacían murmurar, hablar, cantar, rugir al violonchelo, he aquí lo que le faltó a Rostropovich, esta sala de música, esta hora y esta mujer.

Cuando terminó las manos de ella ya no estaban frías, las suyas ardían, por eso las manos se dieron a las manos y no se extrañaron. Pasaba mucho de la una de la madrugada cuando el violonchelista preguntó, quiere que llame un taxi que la lleve al hotel, y la mujer respondió. No, me quedaré contigo, y le ofreció la boca.

Entraron en el dormitorio, se desnudaron, y lo que estaba escrito que sucedería sucedió por fin, y otra vez, y otra aun. El se durmió, ella no. Entonces ella, la Muerte, se levantó, abrió el bolso que había dejado en la sala y sacó la carta color violeta. Miró alrededor como si buscara un lugar donde poder dejarla, sobre el piano, sujeta entre las cuerdas del violonchelo o quizás en el propio dormitorio, debajo de la almohada en que la cabeza del hombre descansaba. No lo hizo, fue a la cocina, encendió una cerilla, una humilde cerilla, ella que podría deshacer el papel con una mirada, reducirlo a un impalpable polvo, ella que podría pegarle fuego solo con el contacto de los dedos, y era una simple cerilla, una cerilla común, la cerilla de todos los días, la que hacia arder la carta de la muerte, esa que solo la muerte podía destruir.

No quedaron cenizas. La muerte volvió a la cama, se abrazo al hombre, y , sin comprender lo que le estaba sucediendo, ella que nunca dormía, sintió que el sueño le bajaba suavemente los parpados.

Al día siguiente no murió nadie.

FIN DE LAS INTERMITENCIAS DE LA MUERTE!

No estoy alegre como la mayoría!(por el mundial), estoy triste! Cuando la suprema corte de Justicia de México, volvió a enterrar a los niños de Sonora, también porque arde México en la Narco guerra.

Pero una de mis grandes tristezas! Más grande que un ensayo sobre la ceguera; más importante que un Premio Nobel de Literatura.

Me siento triste como si partiera mi abuelo, un viejo sabio, un familiar cercano; así lo siento.

Más que un hombre ateo, Saramago eran las ideas todas, la congruencia, la calidad literaria, el humano Saramago.

En el fin de las intermitencias de la muerte, me nace decir: Murió Saramago! Chingao! Quedó muy vacío el tintero… las buenas ideas de luto.

Replica mi eco, luto en las palabras y tristeza en el verso; que se convierte en novela…

El Peatón

Hasta siempre Saramago!

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