Érase una vez (es decir, hoy) que en un lugar no muy lejano vivían en un palacio hermoso dos hermanas: la mayor se llamaba Envidia, quien era una niña muy hermosa, y Linda, la hermana pequeña.
Un día, cuando ambas jugaban en el jardín, apareció un hada madrina que se dirigió a Envidia, le dio un beso lleno de ternura en la mejilla y le dijo: “Te vengo a cumplir un deseo. Pide lo que quieras, tu sueño más preciado”.
En ese momento, Linda, al escuchar lo que el hada dijo a su hermana, se quedó atónita y tocando con sus manitas el vestido del hada, la jaló hacia ella y le preguntó: “¿Y a mí no me vas a conceder ningún deseo?”.
El hada le contestó: “No te preocupes, a ti te voy a dar lo doble de lo que pida ella”.
Envidia, furiosa por lo acontecido, reclamó con energía y un coraje indescriptible: “¡¿Hada, pero por qué le vas a dar a mi hermanita lo doble de lo que yo pida?! ¡Eso es injusto! ¿Por qué a ella lo doble que a mí?”.
El hada, con tono suave y explicativo, le contestó: “Niña hermosa, no tienes nada por qué preocuparte, a ti te voy a dar todo lo que me pidas. Todo, todo lo que quieras. Todo, todo”.
“¡Pero, hada, no es justo, ¿por qué a Linda lo doble?!”
El hada le reiteró: “Pero, Envidia, a ti te voy a dar lo que quieras, lo que tú quieras. Todo lo que me pidas. No te preocupes por tu hermana, porque tú vas a tener todo lo que me pidas”.
Envidia seguía molesta, tenía un gesto entre odio e impotencia y lleno de resentimiento. Finalmente preguntó al hada: “¿Entonces seguro le vas a dar lo doble de lo que yo te pida?”.
El hada contestó: “Sí, esa es mi palabra”.
Envidia refutó: “Si a mi hermana le vas a dar lo doble de lo que me vayas a dar, entonces sé lo que quiero: te pido que me saques un ojo”.
Lo más revelador de esta historia (inspirada en un anecdotario de Víctor Hugo) es que la envidia en su parte reptiliana no tiene nada que ver con lo que uno posee, sino con lo que uno es en relación con el semejante. Envidia no quería tener “lo que sea”, lo que quería era estar por encima de su hermana Linda.
El cerebro reptiliano es por naturaleza ambicioso. Su código lo predispone a replicarse, crecer, es difícil ser ambicioso sin ser envidioso.
La envidia comienza con el deseo. “Nunca he conocido la vida sin deseo”, comenta Zeno, el héroe de la novela Las confesiones de Zeno de Italo Svevo, y yo tampoco. La envidia no sólo converge con el deseo, sino con los sueños, con las fantasías que imaginamos despiertos. Una de las fantasías que nos atrapan es la de las cosas que no tenemos, no podemos tener y no deberíamos. Generalmente las cosas que otros tienen. A cuántos no ha pasado que entramos a una casa espectacular y no podemos evitar pensar en poseerla. Observar a una hermosa mujer y fantasear si sería más feliz a nuestro lado que con aquel rival desconocido.
Si observamos que nuestros iguales viven exactamente como nosotros, entonces nuestra condición reptiliana se va a encontrar en una calma relativa. Sin embargo, si tenemos un hogar agradable, un buen matrimonio, un trabajo adecuado, pero nos enteramos en una reunión escolar de que algunos de nuestros viejos amigos viven en zonas mejor cotizadas, tienen ingresos muy superiores a los nuestros y viajan mucho más que nosotros, estamos propensos a sentirnos desafortunados de regreso a casa.
Para la persona envidiosa surge la pregunta: ¿por qué yo no? ¿Por qué debe ser más bella esa mujer que yo? ¿Por qué es más poderoso y rico ese hombre que yo? ¿Por qué ellos tienen abundancia de talentos no disponibles para mí? ¿Por qué me quedé fuera? ¿Por qué yo no? No obstante, podemos transformar la misma pregunta en una afirmación: “Si él lo logró yo también puedo hacerlo”. Una sociedad en la que esta actitud es compartida por la mayoría fomenta la movilidad social, la competencia, la libertad y la prosperidad.
¿Es la envidia sentimiento, emoción, pecado, instinto, disposición temperamental o visión del mundo? Podría ser una prueba Rorschach: dime lo que envidias y revelará bastante de ti mismo. Puede ser todo esto y más. Nadie puede dudar que es una cosmovisión cultural.
La envidia es natura humana; cómo dirigirla es responsabilidad de cada individuo y de cada sociedad. Un final alternativo para el cuento sería: “Hada, te pido que mi hermana sea feliz”.
Andrés Roemer
Doctor en Políticas Públicas
y presidente de Poder Cívico, AC
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