“Y no puedo impedirme que yo el cómplice sea, de ese dulce ladrón que tan cruel me saquea” William Shakespeare.
Si realizáramos un ranking de las frases que más pronunciamos en la actualidad, en los primeros puestos seguro que encontraríamos la de no tengo tiempo”. Si este mismo análisis lo hubieran llevado a cabo nuestros abuelos, esta queja no la habríamos encontrado como una las primeras. Y sería bonito pensar que vamos a superar esta fase de obsesión-por el reloj y que en las próximas generaciones esta lamentación por la escasez de tiempo volverá a desaparecer.
Sólo tenemos una vida, y desaprovecharla nos da pánico. Vivimos con una sensación de fondo de que quizá podríamos aprovechar más el tiempo, que podríamos estar haciendo más cosas, que podríamos llegar más lejos. Nos sentimos culpables si el tiempo no es "productivo" o "rentable". El tiempo improductivo nos pesa, y no sólo en el terreno laboral, sino incluso en nuestros espacios de ocio. Las vacaciones son un buen ejemplo; más que saborearlas, las convertimos en productivas de alguna forma: para dar una imagen ante los de más, para acopiar recuerdos y fotografías para el futuro..., para algo más que el simple disfrute. Les propongo reflexionar sobre nuestro tiempo con el siguiente cuento: "Había una vez un leñador que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno, y las condiciones de trabajo, mejores aún, así que el leñador se propuso hacer un buen papel.
El primer día se presentó al capataz, que le dio un hacha y le asignó una zona del bosque. El hombre, entusiasmado, salió al bosque a talar. En un solo día cortó dieciocho árboles. . -Te felicito, sigue así -dijo el capataz.
Animado por estas palabras, el leñador se-decidió a mejorar su propio trabajo al día siguiente. Así que esa noche se acostó temprano. A la mañana siguiente se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo su empeño, no consiguió cortar más de quince árboles. .
-Debo de estar cansado –pensó y decidió acostarse con la puesta del sol. Al amanecer se levantó decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad. Al día siguiente fueron siete, luego cinco, y el último día estuvo toda la tarde tratando de talar su segundo árbol. Inquieto por lo que diría el capataz, el leñador fue a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se estaba esforzando hasta los límites del desfallecimiento. El capataz le preguntó: -¿Cuándo afilaste tu hacha por última vez?
-¿Afilar? No he tenido tiempo para afilar: he estado demasiado ocupado talando árboles".
Es obligatorio que paremos y afilemos nuestra hacha. La forma de hacerlo es conociendo las trampas en las que solemos caer por culpa de esa sensación de falta de tiempo…
Jenny Moix_ Editora Demar
Mientras la mimaba
Con sus arrumacos.
Seis días y siete noches,
Enkidú, excitados
Hizo el amor con Lalegre”.
Es el primer atisbo de amor en la historia de la humanidad en la literatura. Ocurrió hace 35 siglos en las estepas de Uruk, en la baja Mesopotamia como dan fe las tablillas de la epopeya de Gilgamesh, que narra las aventuras y avatares del rey que no quería morir, y que constituye el primer texto literario del que se tiene noticia.
Desde entonces un rosario de epopeyas, cantares, novelas, cuentos, obras de teatro, poemas y ensayos ha encaminado el tiempo hasta este mismo instante y los siguientes, teniendo al amor como protagonista o desencadenante del destino o como pretexto para contar la vida y sus alrededores. Aunque con vaivenes de tal manera que en los últimos meses ha empezado a rondar el epicentro de la literatura, con personajes que aspiran a heredar un día las resonancias de aquellos que están al principio de estos 3500 años de páginas literarias.
Enkidú y Lalegre, Paris y Helena, Ulises y Penélope, Fedro, Adan y Eva, Amado y Amada (Cantar de los Cantares), Dafnis y Cloe…
Desde entonces un rosario de epopeyas, cantares, novelas, cuentos, obras de teatro, poemas y ensayos ha encaminado el tiempo hasta este mismo instante y los siguientes, teniendo al amor como protagonista o desencadenante del destino o como pretexto para contar la vida y sus alrededores. Aunque con vaivenes de tal manera que en los últimos meses ha empezado a rondar el epicentro de la literatura, con personajes que aspiran a heredar un día las resonancias de aquellos que están al principio de estos 3500 años de páginas literarias.
Enkidú y Lalegre, Paris y Helena, Ulises y Penélope, Fedro, Adan y Eva, Amado y Amada (Cantar de los Cantares), Dafnis y Cloe…
Pero porqué esa coincidencia de volver a contar el mundo a través del amor? Acaso una doble reivindicación: por el propio sentimiento o por el género literario? Visto por algunos como de segunda categoría. Son interrogantes sobre los cuales reflexionan varios de los autores que recientemente han abordado el tema: desde Álvaro Pombo, Ángeles Mastreta, Andrés Trapiello, y Lola Becarria en la narrativa, hasta Jesús Ferrero y José Antonio Marina a través del ensayo, pasando por Paolo Giordano el Italiano revelación con la Soledad de los números primos, y el Poeta Juan Antonio González Iglesias, y un noveno invitado: William Shakespeare, cuyos sonetos hablan por sí solos en la celebración de sus 400 años:
“Oh, ensáñate si quieres tiempo anciano:
Mi amor será en mis versos, siempre joven.
Triste incoherente y preocupante es la paradoja donde coinciden los escritores. Porque justo ahora cuando el amor se ha desenconsertado de milenarios prejuicios sociales, religiosos, morales y económicos, de tabúes, incluso ganando batallas de represiones y emancipaciones, hasta alcanzar una libertad ideal, el ser humano está perplejo al sentirse emboscado por tantas opciones de libertad que le despiertan la sensación de desamparo.
Como sin saber muy bien qué hacer, mientras contempla como sus decepciones adquieren el mismo tamaño que sus ilusiones. Como pigmaliones dispuesto solo a enamorarse solo de sus propios sueños.
Como sin saber muy bien qué hacer, mientras contempla como sus decepciones adquieren el mismo tamaño que sus ilusiones. Como pigmaliones dispuesto solo a enamorarse solo de sus propios sueños.
Winston Manrique Sabogal- Editora Demar.
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