Tlaskamati

jueves, 12 de marzo de 2009

KATE WINSLET




Su fama mundial se la debe a Titanic, pero nada sería más erróneo para describir la meteórica y singular carrera de Kate Winslet que centrar su trabajo alrededor de esta
cinta.
De hecho, éste es el rol más tradicional y menos representativo de la ecléctica carrera de esta actriz. Para la audiencia, ella desapareció de las grandes marquesinas, que había hecho suyas, después de ese gran éxito. Leonardo DiCaprio, su coprotagonista, se convirtió en uno de los actores más famosos del mundo, estrella de megaproducciones. Kate no.

Si aún recordamos aquella escena donde DiCaprio gritaba “Soy el rey del mundo”, es ella, hoy, quien puede hacer lo mismo desde el podio donde recibió su Óscar y nadie podría contradecirla. Es una devota madre y esposa. Sus prioridades han sido siempre claras: su familia y papeles interesantes, arriesgados, diversos y complejos. Nada de escándalos superfluos que poco tuvieran que ver con su trabajo. Por si fuera poco, se ha convertido también en una de las mujeres más sexis de la industria del entretenimiento
y en una actriz que se distingue por llevar al límite la relación de sus personajes con su sexualidad. Sin pudores, sin miedos, con enorme naturalidad y solvencia.
Hace precisamente 14 años, en el mundo entero se estrenaba Criaturas celestiales, su primer papel en cine (y protagónico) en el que interpretaba a una jovencita dispuesta a lo que fuera por no ser separada de su mejor amiga, cómplice de fantasías y con quien
mantenía una intensa y casi obsesiva relación. Antes de la fama extrema de Titanic, Winslet ya había atrapado la atención de la crítica y la industria con su rol de la
romántica Marianne Dashwood en Sensatez y sentimientos de Ang Lee, la que sería su primera nominación de la Academia. Le siguieron papeles como la Ophelia del Hamlet modernizado de Kenneth Branagh, mujeres en viajes de autodescubrimiento en cintas de menor publicidad pero igualmente intensas como Hideous Kinky y Holy Smoke, cómplice del Marqués de Sade en Letras prohibidas, la vida de la novelista irlandesa Iris Murdoch, la excéntrica y visceral Clementine de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, una esposa asfixiada en su vida en los suburbios en Secretos íntimos y una ratoncita aventurera en Lo que el agua se llevó, entre otros más.
Para cinéfilos y especialistas, la mejor noticia de un Óscar en este punto de su carrera, significa que aún están por venir actuaciones memorables y papeles inolvidables, quizás alguna otra estatuilla dorada, pero eso sería lo menos importante. Lo que hace en pantalla hoy, no lo hace nadie más. Y eso hay que agradecerlo, y claro, ir a disfrutarlo en el cine.

Por Arturo Aguilar

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