Este año no apareció Guadalupe entre los peregrinos llegados de Temoaya. Algo muy grave tiene que haberle sucedido para que haya faltado a la Basílica. Si supiera su nombre completo podría ir a buscarla en cuanto pase esta temporada, la de más trabajo: hacemos comida para los romeros.
Cada año son más y más pobres. También cada diciembre son menos abundantes las raciones que les regalamos; tan siquiera es algo para calmarles el hambre, la fatiga y el frío. Todo eso arrastran durante los kilómetros de una caminata agravada por los hijos que cargan en brazos o a la espalda, los enfermos a quienes dan apoyo, las imágenes que traen a bendecir, los regalos que ponen a los pies de la Virgen: ramilletes, panes, telas bordadas, miel, cirios, veladoras, mazorcas... Desde que la conocí, Guadalupe le ha traído a “su tocayita divina” pequeñas alfombras que son verdaderos jardines en miniatura. Las teje, según me ha contado, en los tiempos que le roba a su jornada de trabajo. Comienza a las cinco de la mañana ante el fogón donde prepara el almuerzo y termina en el mismo sitio. Allí espera el regreso de su marido. Por causa de él Guadalupe empezó a peregrinar. Vino a pedirle a la Virgen que lo metiera en razón, que lo alejara del alcohol y de la tranca con que la
golpea porque aún no le da un hijo, porque rompe un jarro o extravía alguna cosa; a veces la maltrata sólo para desquitarse del coraje que le causa ser pobre y no verle salida a la miseria.
II
“Y por usted, ¿qué pedirá?”, le pregunté a Guadalupe el primer día que entró en la casa para curarse con hilo y aguja las ampollas de los pies. Levantó la cara y miró hacia los peregrinos, que seguían desfilando por la Calzada de los Misterios:
–Uh, son tantas cosas que no terminaría de contárselas. Lo bueno es que Ella las sabe, porque mientras le fui tejiendo su tapetito le platiqué toda mi vida:
desde que comencé a trabajar a los 5 años en el campo hasta el momento en que me puse a tejer su regalo, hará como dos meses, o a lo mejor más. No lo sé bien. El tiempo se me revuelve, los días son tan iguales que ni me doy cuenta de cuándo termina uno y cuándo empieza el otro.
Sin que se lo pidiera, Guadalupe sacó de entre sus cosas el tapete con fondo azul y flores de muchos matices. Me pareció increíble que en algo tan hermoso pudiera entramarse la vida amarga y miserable que se traslucía en el aspecto y el tono de la peregrina:
–La noche en que decidí venir en peregrinación me puse a ver que era imposible presentarme ante la Virgen con las manos vacías: si uno va de visita a una casa lleva un presente, cuantimás si viene a la Basílica. Lo primero que se me ocurrió fue traerle un ramo de flores. Pero recordé que casi todas las mujeres de mis rumbos se las traen. La Virgen no iba a saber cuáles eran las mías y a lo mejor por ese motivo no iba a ocuparse de mis súplicas. Y si Ella no las atiende, ¿quién va a hacerlo? ¡Nadie! La reflexión de Guadalupe me conmovió tanto que le acaricié el hombro. Ella retrocedió…
Cristina Pacheco
Nota: Feliz Santoral Gemela...!
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